Para despertar conciencia cívica: futuro, nación, solidaridad y esperanza constituyen una válida plataforma de recuperación o renacimiento político para ejercitar una democracia más avanzada, la participación institucional directa y la elevación político-cultural del pueblo. Se trata de un cambio cualitativo con transformaciones y democratización suficientes en instituciones, poderes públicos, empresas, partidos, movimientos asociativos… Se trata de no encorsetar a la sociedad con estructuras que no reflejan lo que la gente quiere. Se trata de una perspectiva más fluida.
DEMOCRACIA Y DEMÓCRATAS, SÍ VOLVERÁN
-Alberto Rodríguez Barrera-
El camino de notables avances democráticos iniciado en 1958, interrumpido por el chavismo para convertirse en una vivencia anacrónica que busca afanosamente regresar a una dictadura, nos impide resignarnos a vivir en una realidad política enrarecida que aplica fantasmales y degradantes controles a la democracia, secuestrando a las instituciones y ajena al hecho de que la democracia es una forma de vida, y no un “método electoral” para que una izquierda trasnochada, mediocre y satelital se eternice en el poder y congele en un estanque el empuje de transformaciones logradas hasta 1998. Hoy la lucha es por el renacimiento de una democracia avanzada. Mucho más avanzada que la experimentada hasta el presente.
Los sueños de libertad y progreso se han frustrado, se han desmantelado hacia la triste destrucción del fracaso, impregnándose de sumisiones y absolutismo: año tras año vemos la colocación de frenos, guerritas retrógradas, incremento del centralismo, del sectarismo, del caradurismo. Es hora de cambiar esta ruta de militarismo regresivo, de finalidades excedidas e imposibles. Debemos retomar la senda de la evolución moderna, de la razón, de la instrucción general, de las obras públicas, del progreso agrario, del fomento industrial. En su falta de visión, con la politización fanática de todo, el casiquismo oligárquico no ha hecho más que precipitar a Venezuela a nuevas calamidades, como es el ayuno cultural centrado en un gran atraso; una política de abandono y egoísmo social; otra vez la imposición militar y la impotencia lógica para resolver autoritariamente los problemas del país.
La “quinta república” de incertidumbres e ineficacias debe enfrentarse en la democracia y en la gestión social, no llevándonos a la crueldad destructiva de una guerra civil. Ya no es posible seguir atribuyendo los males del presente a los tiempos idos. En esta ardua coyuntura política, la democracia está amenazada por sus eternos enemigos, actuando también contra ella el desánimo, la ineficacia y la indecisión para la defensa constitucional diaria. Hay carencia de entusiasmo para impulsar las transformaciones requeridas, escasea para las decisiones resueltas, sin temor.
El camino hacia el futuro no es la repetición de amarguras pasadas. Los males de Venezuela se resolverán con el esfuerzo solidario y tenaz para construir un renacimiento democrático moderno que habilite una sociedad más libre, más eficaz. La clave para esto es una mayor incorporación a los movimientos e instituciones que inciden en la realidad social que queremos cambiar. Incrementar la participación de muchos más acaba con la inaceptabilidad de los fatalismos, revivifica la amenaza de hermetizar y bloquear la vida pública, recrea la esperanza. No podemos cerrar los ojos al aliento promisorio. Debemos acabar con las falsas ilusiones, tanto de uno como de otro lado.
Los partidarios de regresar al fascismo son una minoría que no puede avanzar con su nuevo autoritarismo. Pedir racionalmente entusiasmo para el trabajo y el esfuerzo de todos, lejos de fatalismos, no es supeditarlo todo a la decisión de algunos pocos poderosos, rígidos ultramesiánicos que erosionan el dinamismo creador, que hacen de la utopía una quimera. Racionalidad, tenacidad, entusiasmo creador e imaginación colectiva –como un solo paquete- deben quitarse las ataduras de dogmas, clichés y burocratismo.
Hablar del futuro de Venezuela es recuperar las libertades públicas esenciales -nominales y reales- y las autonomías que la integran; con una unidad superior respecto a las preocupaciones ciudadanas que están cargadas de lo mejor de la política como quehacer colectivo. Venezuela no es producto sólo de historia, relaciones interiores y exteriores; lo que es de todos contrasta con la sistemática idea minoritaria que confunde patria con patrimonio. “Viva Venezuela” es un grito proveniente de los desheredados, una fuerza superior a las posesiones feudales, superior a la sumisión autoritaria, a un amo de amos.
Por venir está la construcción de un futuro en común, con todo lo que haya de innovador para el cambio, que de la ignorancia pase a la culturalización. No resulta de meras inercias ni le caben fantasías, triunfalismos; quizás sí globalidad, coherencia, verosimilitud. Porque hemos de plantearnos el sentido superior de los intereses generales, para relegar mezquindades; detener intenciones paralizantes que burocratizan los poderes públicos y las más recónditas instituciones de la sociedad civil.
Debemos valorar mejor los activos presentes, como el mayor conocimiento individual, el más elevado nivel general de cultura, una más amplia información, el reencuentro con el orgullo del trabajo bien hecho; potenciados, dan factibilidad a las aspiraciones creíbles. Estamos bajo coordenadas favorables; por la necesidad de libertad cotidiana, por la conciencia pública en cuanto a la igualdad de oportunidades, por la fraternidad que se amplía; potencialidades que debemos multiplicar, exaltando la francesa “libertad, igualdad y fraternidad”, lema de progreso y democracia, libertades públicas y derechos del hombre.
Para despertar conciencia cívica: futuro, nación, solidaridad y esperanza constituyen una válida plataforma de recuperación o renacimiento político para ejercitar una democracia más avanzada, la participación institucional directa y la elevación político-cultural del pueblo. Se trata de un cambio cualitativo con transformaciones y democratización suficientes en instituciones, poderes públicos, empresas, partidos, movimientos asociativos… Se trata de no encorsetar a la sociedad con estructuras que no reflejan lo que la gente quiere. Se trata de una perspectiva más fluida.
Cabe recordar el muy obviado mensaje de los ecologistas, hoy más claro y evidente: más allá de la individualidad humana, todos formamos parte de un mismo ecosistema de la Naturaleza, sin excluir nuestras manifestaciones sociales y políticas. Ahí es posible alcanzar nuevos y superiores equilibrios, que resultan mucho más alentadores para la mayoría de la gente; equilibrios que no pueden encontrar los incapaces en su ignorancia inmensa y en su desprecio por las realidades culturales contemporáneas.
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