El chavismo ataca a todos los sentidos, como lo pueden entender todos los que hacen uso de la imaginación, y el sonido es malo, el olor es malo y lo que vemos es un detritus que nos hace sentir tan triturados, que no hay otro camino, para el entendimiento y la acción, que el desbordamiento dinámico de la imaginación. Sobre lo que tenemos certeza moral no hay dudas y tenemos suficientes causas sociales y filosóficas para una confrontación más realista, que no sueña con ser poseída por la pesadilla de un cuerpo extraño como el chavismo.
Pero más que de sentidos e imaginación, hablamos de la razón.
LA PERFECTA MEDIOCRIDAD DEL CHAVISMO
-Alberto Rodríguez Barrera-
Hemos deambulado por años como espectadores –más que como actores- del mundo que nos rodea, entre dudas y aprehensión, como escépticos ante la secuela de errores, dudando por el gusto de dudar, indecisos ante la certeza de las evidencias, como hurgando sobre la arena movediza en busca de una solidez subterránea. Parecieran a veces esfuerzos sin recompensa en torno al descubrimiento de la falsedad. Flacas conjeturas pese a la solidez de todos los razonamientos. Y justo cuando la vieja casa es demolida, destruyendo hasta lo que estaba bien cimentado, seguimos buscando establecer certidumbres más allá de lo evidente, continuamos ejercitando métodos para las dificultades, olvidándonos a veces de los precipicios consolidados, como si no tuviéramos otro empleo que el desgaste, el dolor de distinguir entre el placer y el vicio, ocio sin tedio, honesta diversión, cuando lo que se requiere es una perseverancia de acción machacando las verdades evidentes.
Lo que ha sido suficiente es la confrontación de las dificultades con cartuchos de salva, con balas frías sin acento social, cuando hasta los rumores han llegado a conclusiones de certeza y canonización. La ignorancia e indolencia del chavismo está confesa y su ingenua mediocridad ya es un hábito de anestesia, que se despliega con jactancia irracional, no requiriendo siquiera ser digno de su reputación, esa capacidad de distanciamiento y retiro de la realidad social fundamental, cual enriquecido ejército en fuga de los más elementales sentidos de la paz, con unos pocos miles de “habilidosos” ocupados en sus extraños negocios, sin perder oportunidad para el trastorno del medio ambiente del grueso de la colectividad, acampando en “carpas” remotas de una soledad que no debe ser molestada. (Muchos rincones citadinos pueden ser símbolos del país actual, impregnados de pobres durmientes, refugiados de un sobrevivir escaso entre atracadores desaforados, cloacas públicas, desfachatez de indolencia.)
La soledad del chavismo es ocupada por un discurso sin meditaciones que no va más allá de una cháchara que gusta a pocos y un sentido de la moralidad altamente opuesto a la verdad, impregnado de errores lógicos cuyas razones fracasan hasta en las más simples materias geométricas, falibles y rechazadas por su concluyente falsedad. “Finalmente, en vista del hecho de que esas mismas ideas, que nos llegan cuando estamos despiertos, nos llegan también cuando estamos dormidos sin que ninguna de ellas sea verdad...” Descartes calificaba de “ficciones de mis sueños” lo que entraba como falso a su mente; para nosotros ya es un tráfico de pesadillas.
Los azotes en el cuerpo social van más allá del “pienso, luego existo”: estamos existiendo con el pensamiento enroscado bajo un cuerpo adolorido. Está claro y precisamente confirmable que nuestra existencia no depende de una verdad única únicamente con vida en la imaginación del chavismo, y no es posible concluir en la tesis cartesiana de que somos “una sustancia cuya sola esencia o naturaleza consiste en pensar. Y cuya existencia no depende de su locación en el espacio ni en ninguna cosa material”. Nuestra existencia o realidad física no es así, aunque valga la necesidad de asegurarnos la verdad y la certeza mental y social ante el hundimiento a que nos arrastra el chavismo.
¿Qué tipo de estupidez es la creencia del chavismo de que son una especie de perfección superior a la contundencia con que la realidad refuta? La ceguera hecha en casa hace de la imperfección una invisibilidad; de ahí que el debate que se da es sobre ser más perfectos que ellos mismos, o sea: la idea de la nada. Dios parece ser un detalle de la perfección que colocaron en la mente del chavismo para que creyera el mundo que sólo ellos existen, ajenos a la carencia de perfecciones y absolutamente entregados a la creencia de que no hay nada más perfecto que una mente con boina roja, existiendo solos y totalmente independientes de cualquier otro ser humano, cual poseedores de las pocas cualidades requeridas para ser perfectos. No de otra manera puede entenderse el derecho exclusivo sobre lo infinito, eterno, soberano, inconmovible y todopoderoso con que adornan su escualidez. La duda, la inconsistencia, la melancolía y demás, que fueron excluidas de la naturaleza de Dios, para ellos fueron también materias eximidas. ¿Qué se hace con algo así compuesto, que ha concluido que no hay otra inteligencia tan pura u otros seres humanos tan totalmente perfectos? ¿Entregarnos porque sin eso no podemos vivir ni un minuto?
Los pensadores armados con algo más que balas frías consideran que la gran dificultad de la gente es elevar sus mentes por encima de sus sentidos, ya que están acostumbrados a pensar con la ayuda de sus imaginaciones, y que lo que no pueden imaginarse parece ininteligible. Es como decir que nada hay en el entendimiento que no pase primero por los sentidos. El chavismo ataca a todos los sentidos, como lo pueden entender todos los que hacen uso de la imaginación, y el sonido es malo, el olor es malo y lo que vemos es un detritus que nos hace sentir tan triturados, que no hay otro camino, para el entendimiento y la acción, que el desbordamiento dinámico de la imaginación. Sobre lo que tenemos certeza moral no hay dudas y tenemos suficientes causas sociales y filosóficas para una confrontación más realista, que no sueña con ser poseída por la pesadilla de un cuerpo extraño como el chavismo.
Pero más que de sentidos e imaginación, hablamos de la razón.
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