martes, 22 de noviembre de 2016

ENTRE EL DICTADOR Y EL CHAVISMO -CONTRA EL PODER PERSONAL-


El hombre actual es como el de antaño en cuanto a que –si quiere- puede pensar clara y racionalmente. Basta tan sólo con sacar las conclusiones de la verdad que nos rodea, que no se acopla a los abusos de poder y a la ausencia de ética gubernamental.

ENTRE EL DICTADOR Y EL CHAVISMO
CONTRA EL PODER PERSONAL
-Alberto Rodríguez Barrera-

     El dictador comienza por querer hacer todo él mismo, procediendo primero cuasilegalmente para imponer su voluntad contra lo que se le oponga, cuestión que tarde o temprano deja de lograr, llevándolo a olvidarse del derecho y mandando a ejecutar a la oposición (con diversificadas “sutilezas”), cosa que acarrea reacciones en cadena (protestas por todas partes).

   Entra entonces en escena el muy importante juego del azar. Ateniéndose a sí mismo, cual superhombre hitleriano, va deslizándose en decisiones que le pesarán, productos del descarte de una racionalización acorde con la realidad, con delirios carentes de información. Pasan así asuntos tras asuntos, con el dictador incrementando –erróneamente- su poder, aumentándolo a cualquier precio para dominar a los adversarios (con pitazos, encarcelamientos, expropiaciones).

     El dictador apela a la “organización” anónima de hombres intercambiables para encubrir el dominio exacerbado, haciendo éstos un triste papel de “ceros a la izquierda” o "sigüíes” (cual gérmenes del chavismo). Lo mismo pasa o da que esta administración o monopolio sea capitalista o comunista, ya que tal magna plenitud de poder no suministra soluciones adecuadas debido a que están excesivamente alejados de las cosas que pueden decidir, influir y regular coherentemente. A esto se agrega lo impersonal, lo infame infamiliar, el anonimato del chavismo que es enemigo de la responsabilidad moral.

    El dictador, como su “organización”, no respetan ni atienden a las personas como tales; se les cosifica, tratándolas como cosas, materiales, cuestión que exalta lo demoníaco y delata que no es el espíritu ni la razón lo que mueve a quienes ejercen el poder; los cabalga Belcebú, sin darles descanso.

     “Tan pronto como la conciencia de la persona ya no se responsabiliza de la acción en el sentido ético, surge en el que actúa un espacio peculiarmente vacío. Ya no se tiene el sentimiento de que es él quien actúa; de que la acción comienza en él y, por tanto, tiene que responder por ella. Parece que él como sujeto desaparece y que la acción pasa a través de él.” (Guardini) Pasan a través del dictador debido a que las exigencias y los acontecimientos lo atropellan, se enfoca sólo en las resistencias externas y pierde las internas, de las que dependen las decisiones morales. De ahí lo grotesco demoníaco que sucumbe por debilidad de poder.

    El chavismo entonces deja de atacar los vicios y males que lo circundan, entra en “consideraciones situacionales” para evitar los peligros en su propio “poder”. Porque el mal corrompe y lleva al desprecio de los justos derechos de los individuos, quienes –consecuencialmente- buscan un cambio.
El chavismo, en lugar de ennoblecer el poder, de enriquecerlo con moral, falsifica la moral, y ya es francamente inmoral. Su falta de visión los va hundiendo en la insignificancia. Para decir lo menos: el azar interviene y evita la desintegración, ya que la vida contemporánea se encuentra ante una enorme ampliación del potencial terrenal del poder.

   Tenemos conciencia desde hace décadas que debemos domesticar y limitar este potencial para servir a todos, a la humanidad. No se trata de que la fuerza demoníaca del poder fije su meta en sí misma ni de que la fuerza demoníaca de la tecnología se ostente como absoluta y finalidad en sí misma. Se trata de no contradecir al espíritu del hombre ni dejarse seducir por lo aparentemente ilimitado.

     La autosuperación no debe consistir en depositar el potencial de poder en menos manos disfrazadas de superhombres. La supervivencia está en que el poder, por regla general, debe ser distribuido y descentralizado. Es lo que ayuda a avanzar.

     Es falso que el espíritu humano haya enfermado y que haya dejado de dirigir nuestra evolución. Aunque sea imperfecto y débil, sostiene el atractivo especial hacia el progreso, y se entrega a él con gusto, porque busca la paz interior y reflexiona sobre lo que acontece en torno al núcleo de su persona.

     Es el chavismo lo que se ha vuelto insano, enfermo, porque no cede a la exigencia de su alma tranquila y no permite que su espíritu llegue a un estado de paz.

     La verdad es que el hombre actual es como el de antaño en cuanto a que –si quiere- puede pensar clara y racionalmente. Basta tan sólo con sacar las conclusiones de la verdad que nos rodea, que no se acopla a los abusos de poder y a la ausencia de ética gubernamental.

CÓMO DISIPAR LAS DIFICULTADES DEL MENTIROSO


Para evitar ser como los mentirosos de la política, Descartes fundamentó toda su filosofía sobre cuatro reglas: 
“La primera regla es no aceptar como verdad nada que yo no conozca como evidentemente así: eso es, evitar cuidadosamente la precipitación y el prejuicio, y aplicar mis juicios a nada sino a aquello que se mostró a sí mismo tan claramente y precisamente a mi mente que nunca debería tener ocasión de dudarlo.
La segunda era dirigir a cada dificultad que debía examinar en tantas partes como fuera posible, y como se requiriera para mejor resolverla.
La tercera era conducir mis pensamientos de manera ordenada, comenzando con lo que era más simple y más fácil de saber, y subiendo poco a poco al conocimiento de lo más complejo, hasta suponiendo un orden donde no hay precedencia natural entre los objetos de conocimiento.
La última regla era hacer una enumeración tan completa de los nexos en un argumento, y pasar todos tan completamente bajo revisión, que yo pudiera estar seguro de no haber errado en nada.”

CÓMO DISIPAR LAS DIFICULTADES DEL MENTIROSO
-Alberto Rodríguez Barrera-

     “No es suficiente, antes de comenzar a reconstruir la casa en que uno vive, simplemente derrumbarla, proveer materiales de construcción y arquitectos, o convertirse uno mismo en el propio arquitecto, y, además de todo esto, tener un cuidadoso plan previsto para la nueva construcción, sino que uno debe tener algún otro lugar conveniente en el cual residir mientras el trabajo de construir se adelanta; y, de la misma manera, para poder permanecer irresoluto en mis acciones mientras la razón me obligaba a suspender mi juicio, para continuar viviendo tan feliz como pudiera, yo tracé una moralidad provisional para mi mismo, compuesta de sólo tres o cuatro máximas...”

     Descartes estaba contento con su método, ya que sus cuatro reglas le aseguraban el uso de su razón, si no perfectamente al menos en lo que tenía al alcance de su poder. No era el atropello y la improvisación con que proceden ciertos gobernantes, obviamente, ya que Descartes tenía la honradez de reconocer su ignorancia y de prepararse para obtener mejor conocimiento.

     Figuraba primero entre sus máximas la obediencia “a las leyes y costumbres” de su país y –pese a que llegaría a ser el “gran innovador”- quería gobernarse a si mismo “en todo de acuerdo a las opiniones más moderadas”, aquellas menos dadas al exceso y comúnmente aceptadas en la práctica “por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir”, seguro de que no había nada mejor que eso. Por ello es que para conocer sus sentimientos reales observó “sus acciones en vez de sus palabras”, no sólo por la corrupción de maneras y costumbres, también porque la gente no declaraba aquello en que creían y “porque muchos no lo saben ellos mismos”.

     Creyendo en las opiniones más moderadas, Descartes veía que era más fácil ponerlas en práctica y que tenían así más posibilidades de ser mejores, “ya que todo exceso es generalmente malo”, y se extraviaría menos del “camino correcto”. Descartes incluía entre las formas del exceso “todas aquellas promesas mediante las cuales nos privamos de algo de libertad”. No veía en el mundo nada que permaneciera igual, y se esmeraba constantemente en incrementar sus poderes de juicio, no empeorarlos.

     Así, su segunda máxima era ser firme y resoluto en sus acciones, “imitando a los viajeros perdidos en el bosque” que no deberían deambular de uno a otro lado ni quedarse estancados en un solo lugar, sino ir derecho hacia adelante en la misma dirección, ya que de otra manera, aún cuando no llegara a su destino, llegaría a algún lado mejor que el medio del bosque.

     Cuando no se está en capacidad de distinguir las más ciertas opiniones, debemos elegir las más probables, y si no hay posibilidades entre ellas, debemos elegir las que sean más verdaderas, las más ciertas, y de tal manera evitamos los ataques de arrepentimiento y remordimiento que comúnmente agitan a los espíritus débiles mal balanceados, que practican inconsecuentemente como bueno lo que después juzgan como malo. (Constituye esto último una de las características del chavismo actual en su proceder absolutista e improvisador, incapaz del proceder coherente.)

     La tercera máxima cartesiana era intentar siempre el dominio sobre si mismo en vez de depender de la fortuna, intentar alterar los deseos en vez del curso del mundo, acostumbrarse a la creencia de que no hay nada que esté totalmente bajo nuestro poder excepto nuestros pensamientos, para que –habiendo hecho el mejor esfuerzo con lo que nos es externo- consideremos lo que fallamos en lograr como absolutamente imposible. La idea aquí era que si vemos los bienes externos fuera de nuestro poder, no lamentaríamos pérdidas como “estar en posesión de los reinos de China y México”; haciendo una virtud de la necesidad, no desearíamos estar bien cuando enfermos ni libres cuando en prisión, ni desear “cuerpos tan incorruptibles como diamantes, o anhelar alas para volar como un pájaro”.

     Para ello se requiere de una constante meditación, la capacidad de los filósofos de la antigüedad para sustraerse del imperio del “chance”, tristeza y pobreza, para reclamar la felicidad de los dioses, con pensamientos que los hacían más ricos, más poderosos, más libres y felices. Perseverar en la razón y el conocimiento de la verdad requiere de un método con las tres máximas que para Descartes eran “toda la riqueza que por siempre estarían a mi alcance”; porque la voluntad siempre busca (o evita) lo que el entendimiento califica como bueno o malo, y “es suficiente juzgar bien para hacer el bien, y juzgar tan bien como uno pueda para hacer lo mejor que uno pueda, para adquirir... todas las virtudes junto con todos los demás bienes que seamos capaces de adquirir. Y cuando uno tenga la certeza de que todo esto es verdad, uno no puede fallar en ser feliz”.

     “Pero todo este entendimiento es arduo, y una cierta indolencia me lleva imperceptiblemente de vuelta a mi ordinario estilo de vida. Al igual que un esclavo, felizmente soñando que es libre, teme ser despertado en cuanto sospeche que su libertad no es más que sueño, y conspira con su deliciosa ilusión para prolongar el engaño, y así me recuesto sin saber de mis viejas opiniones, y temo ser despertado de mi sopor a no ser que las laboriosas vigilias que deben seguir a este tranquilo descanso, tan lejos de traer luz a mi mente en su búsqueda de la verdad, probaran ser inadecuadas para disipar toda la oscuridad causada por las dificultades que acaban de ser planteadas”.

A veces nos sentimos como en las luchas interiores de Descartes, pero a la vez conscientes de que sin pensar y dilucidar los dilemas no podríamos salir adelante...

domingo, 20 de noviembre de 2016

LA PERFECTA MEDIOCRIDAD DEL CHAVISMO


El chavismo ataca a todos los sentidos, como lo pueden entender todos los que hacen uso de la imaginación, y el sonido es malo, el olor es malo y lo que vemos es un detritus que nos hace sentir tan triturados, que no hay otro camino, para el entendimiento y la acción, que el desbordamiento dinámico de la imaginación. Sobre lo que tenemos certeza moral no hay dudas y tenemos suficientes causas sociales y filosóficas para una confrontación más realista, que no sueña con ser poseída por la pesadilla de un cuerpo extraño como el chavismo. 
Pero más que de sentidos e imaginación, hablamos de la razón.


LA PERFECTA MEDIOCRIDAD DEL CHAVISMO
-Alberto Rodríguez Barrera-

     Hemos deambulado por años como espectadores –más que como actores- del mundo que nos rodea, entre dudas y aprehensión, como escépticos ante la secuela de errores, dudando por el gusto de dudar, indecisos ante la certeza de las evidencias, como hurgando sobre la arena movediza en busca de una solidez subterránea. Parecieran a veces esfuerzos sin recompensa en torno al descubrimiento de la falsedad. Flacas conjeturas pese a la solidez de todos los razonamientos. Y justo cuando la vieja casa es demolida, destruyendo hasta lo que estaba bien cimentado, seguimos buscando establecer certidumbres más allá de lo evidente, continuamos ejercitando métodos para las dificultades, olvidándonos a veces de los precipicios consolidados, como si no tuviéramos otro empleo que el desgaste, el dolor de distinguir entre el placer y el vicio, ocio sin tedio, honesta diversión, cuando lo que se requiere es una perseverancia de acción machacando las verdades evidentes. 

     Lo que ha sido suficiente es la confrontación de las dificultades con cartuchos de salva, con balas frías sin acento social, cuando hasta los rumores han llegado a conclusiones de certeza y canonización. La ignorancia e indolencia del chavismo está confesa y su ingenua mediocridad ya es un hábito de anestesia, que se despliega con jactancia irracional, no requiriendo siquiera ser digno de su reputación, esa capacidad de distanciamiento y retiro de la realidad social fundamental, cual enriquecido ejército en fuga de los más elementales sentidos de la paz, con unos pocos miles de “habilidosos” ocupados en sus extraños negocios, sin perder oportunidad para el trastorno del medio ambiente del grueso de la colectividad, acampando en “carpas” remotas de una soledad que no debe ser molestada. (Muchos rincones citadinos pueden ser símbolos del país actual, impregnados de pobres durmientes, refugiados de un sobrevivir escaso entre atracadores desaforados, cloacas públicas, desfachatez de indolencia.) 

     La soledad del chavismo es ocupada por un discurso sin meditaciones que no va más allá de una cháchara que gusta a pocos y un sentido de la moralidad altamente opuesto a la verdad, impregnado de errores lógicos cuyas razones fracasan hasta en las más simples materias geométricas, falibles y rechazadas por su concluyente falsedad. “Finalmente, en vista del hecho de que esas mismas ideas, que nos llegan cuando estamos despiertos, nos llegan también cuando estamos dormidos sin que ninguna de ellas sea verdad...” Descartes calificaba de “ficciones de mis sueños” lo que entraba como falso a su mente; para nosotros ya es un tráfico de pesadillas.

     Los azotes en el cuerpo social van más allá del “pienso, luego existo”: estamos existiendo con el pensamiento enroscado bajo un cuerpo adolorido. Está claro y precisamente confirmable que nuestra existencia no depende de una verdad única únicamente con vida en la imaginación del chavismo, y no es posible concluir en la tesis cartesiana de que somos “una sustancia cuya sola esencia o naturaleza consiste en pensar. Y cuya existencia no depende de su locación en el espacio ni en ninguna cosa material”. Nuestra existencia o realidad física no es así, aunque valga la necesidad de asegurarnos la verdad y la certeza mental y social ante el hundimiento a que nos arrastra el chavismo.

     ¿Qué tipo de estupidez es la creencia del chavismo de que son una especie de perfección superior a la contundencia con que la realidad refuta? La ceguera hecha en casa hace de la imperfección una invisibilidad; de ahí que el debate que se da es sobre ser más perfectos que ellos mismos, o sea: la idea de la nada. Dios parece ser un detalle de la perfección que colocaron en la mente del chavismo para que creyera el mundo que sólo ellos existen, ajenos a la carencia de perfecciones y absolutamente entregados a la creencia de que no hay nada más perfecto que una mente con boina roja, existiendo solos y totalmente independientes de cualquier otro ser humano, cual poseedores de las pocas cualidades requeridas para ser perfectos. No de otra manera puede entenderse el derecho exclusivo sobre lo infinito, eterno, soberano, inconmovible y todopoderoso con que adornan su escualidez. La duda, la inconsistencia, la melancolía y demás, que fueron excluidas de la naturaleza de Dios, para ellos fueron también materias eximidas. ¿Qué se hace con algo así compuesto, que ha concluido que no hay otra inteligencia tan pura u otros seres humanos tan totalmente perfectos? ¿Entregarnos porque sin eso no podemos vivir ni un minuto?

     Los pensadores armados con algo más que balas frías consideran que la gran dificultad de la gente es elevar sus mentes por encima de sus sentidos, ya que están acostumbrados a pensar con la ayuda de sus imaginaciones, y que lo que no pueden imaginarse parece ininteligible. Es como decir que nada hay en el entendimiento que no pase primero por los sentidos. El chavismo ataca a todos los sentidos, como lo pueden entender todos los que hacen uso de la imaginación, y el sonido es malo, el olor es malo y lo que vemos es un detritus que nos hace sentir tan triturados, que no hay otro camino, para el entendimiento y la acción, que el desbordamiento dinámico de la imaginación. Sobre lo que tenemos certeza moral no hay dudas y tenemos suficientes causas sociales y filosóficas para una confrontación más realista, que no sueña con ser poseída por la pesadilla de un cuerpo extraño como el chavismo.

   Pero más que de sentidos e imaginación, hablamos de la razón.

martes, 1 de noviembre de 2016

INTRASCENDENCIA HISTÓRICA DEL CHAVISMO


El hombre profano se remite a sus límites; la persona común es expresión de la humanidad. El hombre no puede vivir sin una trascendencia auténtica. La trascendencia del chavismo es artificial; el propio yo no es instancia única del conocimiento verdadero... Al centrarse en la mezquindad inmanente del yo, se aparta el sano entendimiento humano y de muchos hombres razonables multidisciplinarios que podrían decir si lo trascendente y los valores objetivos serían posibles, y cómo. Eso se llama solidaridad, solidaridad trascendental; y no es posible confundirla con la descarada manipulación insensata que caracteriza al chavismo... La medida del juicio no debería aceptarse de antemano, sino “primero que nada” -como señaló Kant- debería buscársele, con la tolerancia necesaria y la necesidad comunitaria. 

INTRASCENDENCIA HISTÓRICA DEL CHAVISMO
-Alberto Rodríguez Barrera- 

En momentos en que la libertad y la moralidad se encuentran amenazadas por un aparato de improvisación política jamás visto, la autonomía de consciencia y pensamiento adquieren preponderancia, junto a la intuición y la experiencia sensibles. Así también nos encaminamos a establecer los derechos de la humanidad, porque la sensibilidad, la revelación, la tradición, la lengua, son elementos verdaderamente fundamentales de la razón. La historia de la humanidad va en su desarrollo de los comienzos más bajos hasta el ideal de lahumanitas: del desenvolvimiento y activación armónicos de todas las capacidades humanas. En relación con el chavismo, el pensamiento oscuro debe elevarse a la consciencia clara por medio de la reflexión.

El principio básico de la ética es la fe, que surge de nuestro corazón, en la realidad de lo bueno “como de algo eternamente valioso, por lo tanto, en la capacidad de determinar los valores de las cosas; su tarea más elevada, el ennoblecimiento de la humanidad”. (Fries.) Por ello al chavismo hay que echarle en cara que el ladrón “ordinario” acostumbra a ponerse en contradicción con el contenido de su acción, porque de ninguna manera quiere renunciar a la protección del orden de propiedad que infringe en lo particular.

Cabe recordar una famoso frase de Kant contra el totalitarismo: “El hombre, y absolutamente todo ser racional, existe como fin en sí mismo, no sólo como medio para el uso arbitrario de esta o aquella voluntad, sino que siempre debe ser considerado al mismo tiempo como fin en todas sus acciones, tanto en las que se dirigen a sí mismo como en las que se dirigen a otros seres racionales”. (En esto no se pueden hacer trampas, puesto que no hay ningún entendimiento que mire inmediatamente la verdad.)

Todo a lo que el chavismo pretende hacernos renunciar completamente, para encajonarnos en su achicharrada metafísica única, es como si para no aspirar siempre aire impuro dejáramos mejor de respirar completamente. Tal cosa es imposible. Por eso hay que rechazarlo, criticarlo, porque la pureza del corazón, la mansedumbre y la solidaridad son valores superiores a las restricciones psíquicas que pretende encasquetarnos sin justificación científica, moral y política alguna. Se nos hace difícil e imposible renunciar al método crítico que conjuga el conocimiento, aunque el hombre no esté compuesto solamente de las fuerzas de su entendimiento; la esencia del hombre consiste en el hecho de ser para sí mismo y para su alrededor el mayor enigma.

No debemos dejar que el chavismo degrade al hombre, que elimine la consideración inmediata de los valores y aplique la matematización del estancamiento; en su afán por alcanzar la cuadratura del círculo, termina derritiéndose en la utopía del absurdo. El chavismo, al afirmar la existencia masiva del hombre como su existencia concreta, como hizo Kant, representa o encamina el materialismo craso de un marxismo-leninismo (el materialismo de un Lenin se hizo posible partiendo del autonomismo kantiano). Pero es el caso que el sano entendimiento humano tiene consciencia general que se engaña menos que la individual; cuatro ojos ven mejor que dos, se requieren dos buenos testigos para establecer las circunstancias de un hecho... Porque el entendimiento también tiene su medida en las cosas que debemos juzgar mejor en comunidad.

El hombre profano se remite a sus límites; la persona común es expresión de la humanidad. El hombre no puede vivir sin una trascendencia auténtica. La trascendencia del chavismo es artificial; el propio yo no es instancia única del conocimiento verdadero. La fe o la incredulidad no se pueden demostrar científicamente. Pero declarar al hombre autónomo o soberano ha llevado al hombre por generaciones al caos de la nada, o a la divinización de la Razón, el Universo, la Naturaleza, etc. Al centrarse en la mezquindad inmanente del yo, se aparta el sano entendimiento humano y de muchos hombres razonables multidisciplinarios que podrían decir si lo trascendente y los valores objetivos serían posibles, y cómo. Eso se llama solidaridad, solidaridad trascendental; y no es posible confundirla con la descarada manipulación insensata que caracteriza al chavismo.

Si toda trascendencia es incierta, lo sería menos ampliando nuestras bases, buscando y creando interrelaciones que se han descuidado, y que nos han impedido resultados asegurados. Pero la entronización de la razón sola puede ser un extravío.
Hoy es una necesidad el más sano entendimiento humano del hombre común y corriente, cuya orientación no es individualista sino solidaria, hacia la meta de los valores por todas partes reconocidos, tales como los derechos humanos de las Naciones Unidas. 

La medida del juicio no debería aceptarse de antemano, sino “primero que nada” -como señaló Kant- debería buscársele, con la tolerancia necesaria y la necesidad comunitaria.