El temor del chavismo a la complejidad saca con pinzas el “imperialismo” antinorteamericano, pero los avances tecnológicos de Estados Unidos, sus objetos, su estilo para arreglar espacios y sus mismos usos, han invadido a todos los países por su efectividad; y la multiplicidad de estilos que allá reina se han diferenciado a partir de la realidad industrial; no son bolsas residuales del pasado. La diversidad norteamericana no es sólo defensiva, sino que también es más importante que las bolitas de plastilina que el chavismo y Cuba lanzan.
EL CHAVISMO, VOLCAN PREHISTÓRICO
-Alberto Rodríguez Barrera-
“Porque el hombre, cuando se perfecciona, es el mejor de los animales,
pero cuando se separa de la ley y de la justicia, es el peor de todos,
ya que la injusticia armada es la más peligrosa, y si está de nacimiento con armas,
previstas para ser usadas con inteligencia y virtud, podría él usarlas para las peores causas.”
Aristóteles
Es un hecho que la “desalienación” no coincide con la “revolución”. Para adquirir un dinamismo revolucionario, la liberación cultural debe ser creadora, reformadora de políticas, con despegue económico. Porque la mezcla más contrarrevolucionaria entre nosotros es el pasatismo y el comunismo. La variedad de comunismos del pasado se recubrieron del más profundo conservadorismo; todos sólo ofrecieron un consuelo patriótico, incapaces de afrontar las dificultades del desarrollo. El chavismo –con su fraseología prestada- no ha aportado soluciones para que los pobres salgan de la miseria.
El subdesarrollo es diferente a la penuria, en la cual vivió la casi totalidad de la especie humana hasta que apareció en fenómeno del crecimiento. Hoy, una vez penetrados por la civilización tecnológica, estamos condenados a ser un participante activo y creador de ella, para no desaparecer o formar un coro cantarín del pasado prometiendo estrellas futuras. El uso tecnológico debe suponer la reconstitución de las condiciones sociales, culturales y políticas que permitieron la aparición de esa tecnología. No es cantándole cancioncitas regresivas al último de los estudiosos que lograremos subir la montaña, es llamándolo hacia arriba. Porque la originalidad cultural no consiste en recalentar al pasado; trata de exaltar una diversidad de nuevo cuño, no dependiente de ninguna tradición pintoresca, fría, rígida.
La diversidad resulta de la libertad y la invención, objeto de una elección verdadera y no de un espectáculo turístico, como es el chavismo. La originalidad es el derecho a la diversidad de culturas y los géneros de vida. El chavismo se equivoca, una vez más, en su exigencia de uniformidad y formas de vida heredadas de viejos y fracasados sistemas de producción y organización. Conjurando la defensa de ese pasado, castra lo más valioso implícito en el aumento de la creatividad individual que facilita la civilización y la vida en sociedad. Pero el chavismo imita el pasado cariado, preindustrial, rechazado por los comportamientos nacidos de la revolución industrial, hoy tecnológica. Los campeones de las copias parecen estar diciendo hoy “Pienso, luego jodo...” Es una brujería regada con Cocacola.
Sólo los diletantes y ociosos pueden negar que los mejores productos siempre vencieron a los demás, siendo preferidos por razones imposibles de ignorar; no es mejor cocinar con leña si hay gas; los utensilios de piedra desaparecieron al fabricarse de metal; y no fue necesaria ninguna “publicidad alienante” para imponerlos. Los mejores materiales en impresión, construcción, transporte, etc., que ahorran el trabajo humano con un resultado superior, representan un bien de uniformidad. Pero una uniformidad cultural nada hace en las sociedades evolutivas. La abundancia tecnológica abre caminos de reconstitución de las minorías culturales, diversifica los modos de vida...
El temor a la complejidad del chavismo saca con pinzas el “imperialismo” antinorteamericano, pero los avances tecnológicos de Estados Unidos, sus objetos, su estilo para arreglar espacios y sus mismos usos, han invadido a todos los países por su efectividad; y la multiplicidad de estilos que allá reina se han diferenciado a partir de la realidad industrial; no son bolsas residuales del pasado. La diversidad norteamericana no es sólo defensiva, sino que también es más importante que las bolitas de plastilina que el chavismo y Cuba lanzan. En norteamérica hay –antes que lo lúgubre intangible del castrochavismo- una diversidad que incluye hasta las artes plásticas, musicales, audiovisuales, y que se hacen con una libertad e imaginación no sumisa, no dictada por el “mandamás”, y capaz de habilitar hasta el antinorteamericanismo más recio. La verdad puede dolerle a algunos, pero qué carajo se hace en la carretera con los mojones de mentira...
Existe un “arte de vivir” accesible y real donde el chavismo nada tiene que ver, ya que ahí la originalidad no tiene lugar, como tampoco la diversidad de invención, puesto que la prioridad es la preservación de minorías no fundadas en la elección, de hábitos pasatistas. La uniformidad de los individuos es pasado comunista; hoy los individuos crean culturas no condicionadas por el sistema de producción y sin despotismos, sin prisiones existenciales.
Toda civilización, todo grupo, hasta el más humilde o el más bárbaro, han actualizado una virtualidad humana que ciertas sociedades ahogan o dejan dormir. No es posible cambiar de cultura sin cambiar de sociedad, o sin ser –como Montaigne- un rarísimo privilegiado capaz de comparar entre sí varias costumbres. Una perfecta revolución mundial debe ser –precisamente- la de liberar al individuo de la esclavitud cultural con que ciertos grupos –como el chavismo- quieren atarlo, al azar y a la diabla. Ahí el uniformismo planetario de la sociedad desembocaría en un poliformismo cultural de opción e invención en el interior de esa sociedad, un policentrismo cultural proveniente de la multiplicidad de iniciativas y no de las imposiciones de creencias y hábitos superados, fracasados, inútiles.
El chavismo no ha sido ni es capaz de transformar los órdenes políticos, psicológicos, culturales, sociales y económicos porque no ha comenzado siquiera la previa revolución cultural necesaria para ello, y porque la necesaria ayuda global, masiva y desinteresada, de los países superdesarrollados, supone –siempre la misma conclusión- una revolución de nuevo cuño en esos mismos países superdesarrollados.
Mientras tanto, allá en la selva del chavismo, el abuso corriente de la palabra revolución ha tornado habitual su empleo para calificar toda clase de agitaciones menores e intenciones impotentes. Siguen allá en una tierra de prehistóricos volcanes sin gente...
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