-Alberto Rodríguez Barrera-
18/06/2015
Como en una muy gran paleta digital, nos hallamos en la antesala de una política en la que nos va la vida social idónea, que señala y marcha –ineludiblemente- hacia un gobierno de verdadera renovación y concentración nacional. Lejos de un gabinete de escoltas, con sueños trasnochados, es hora de un gabinete de expertos con un Programa Integral que evite el desastre en ciernes, concentrado en la reconstrucción del país. Hacia allá irá el respaldo de la colectividad nacional.
Al igual que los peces de un cardumen reaccionando en sincronía al ser atacados por algún solitario predador, no es cierto que una formación de aves en V esté bajo el mando de aquella que va en la punta, ni que las otras sólo sigan. El avance en formación ordenada –como las grandes marchas democráticas- es el resultado de una colección de procesadoras comportándose individualmente, siguiendo simples reglas armónicas sin conductor (Michael Resnick, 1994). Pídasele aplaudir a un auditorio y luego que lo haga al unísono –sin guiarlos- y obsérvese que en menos de dos segundos aplaudirá en un solo golpe. Esta prueba sorprende y comprueba cuán poco comprendemos o reconocemos la insurgencia de coherencia en la actividad de agentes funcionando con independencia. Pero aun así, estamos ante la lección clave que nos presenta la nueva realidad política de Venezuela. Y aquí vale más afinar los sentidos para ver, oír y evitar otra colosal desilusión futura.
Los agentes del futuro que se vienen aglutinando –ante la ceguera del Poder Ejecutivo- no deben repetirse como máquina omnisciente de personajes orwellianos. La concentración clama por una colección de proyectos con aplicaciones donde cada cual sea bueno en una cosa específica, y mucho mejor en comunicarse con otros. Este es el Programa Integral del futuro, ya que estamos frente a “una sociedad de la mente” (Minsky, 1987) en la que se propone que la inteligencia (y la oposición) superior no se ubica en algún procesador central sino en el comportamiento colectivo de un altamente interconectado grupo de propósitos especiales, ajeno al empeño centralizador en boga, donde ya no es posible seguir acondicionados tan fuertemente para atribuir fenómenos complejos a algún tipo de agente controlador. Menos cuando el tal agente controlador resulta de tan inmenso descontrol improvisador.
Como desastrosa manera de administrar hasta un sistema de reservaciones aéreas, se ha comprobado hasta el hartazgo que cada comunicación o decisión no requiere regresar por permiso a la autoridad central. Gran conclusión del presente es que tal método se ha visto excesivamente como la forma viable de administrar organizaciones y gobiernos. Hoy más que nunca se hace patente esta tristeza. Pero la verdad efectiva es que una estructura altamente descentralizada, en intercomunicación y ejecución, demuestra mucha más resistencia y capacidad de supervivencia, además de mayor sustentabilidad y posibilidad de evolucionar en el tiempo (Negroponte, 1995). Ya es hora de tomar en serio las señales que ofrece nuestra evolución democrática.
Durante demasiado tiempo la descentralización se ha visto plausible como concepto, pero demorada en su implementación. Ha sido así porque las herramientas de descentralización fueron invocadas bajo gobiernos subdesarrollados que tratan siempre de atornillar su elite y su control centralizador. Se olvida, entre tantas cosas, que la realidad mediática de hoy –con Internet incluida- proporciona un canal de comunicación mundial que vuela por encima de los intentos de mordaza y censura, desparramándose ubicuamente ahí donde se insista en marginar la libertad de prensa. Es error del cavernícola limitarse a los desafueros de su cueva.
No hay duda de que el futuro será descentralizado al igual que la información y las organizaciones, sean éstas políticas o de otra índole. Como hace cualquier gobernante moderno: se envían agentes a recabar data, proceso que se multiplica con agentes enviando a otros agentes, y delegándose los deseos objetivos de todos. Es este importante modelo de futuro el que inclusive jugará un papel menor en comparación con la inteligencia colectiva, cuya voz –así y para su propio bien- accederá a pequeños micrófonos de máximo alcance. Más allá de niples y cultivos de ambientes guerrilleros, las necesidades colectivas sentidas ya no son descartables.
El proceso de los agentes de nuestro futuro político va mucho más allá de Internet, donde hasta los hackers surfean libremente explorando enormes cuerpos de conocimiento y disfrutando de todo tipo de nuevas formas de socialización. Aunque parezca un comportamiento más de manipulación directa que de delegación, la descentralización es un fenómeno ampliamente diseminado que no decaerá ni desaparecerá, siempre y cuando se mantenga bien lejos del dinosáurico mesianismo improvisador y controlador. Estamos, una vez más, ante un nuevo tiempo.
Como en una muy gran paleta digital, nos hallamos en la antesala de una política en la que nos va la vida social idónea, que señala y marcha –ineludiblemente- hacia un gobierno de verdadera renovación y concentración nacional. Lejos de un gabinete de escoltas, con sueños trasnochados, es hora de una oposición de expertos con un Programa Integral que evite el desastre en ciernes, concentrado en la reconstrucción del país. Hacia allá irá el respaldo de la colectividad nacional.
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