APUNTES SOBRE
REVOLUCION Y DICTADURA
DEL PROLETARIADO
-Alberto
Rodríguez Barrera-
En un principio, el término revolución (que quería decir rotación o
giro) fue aplicado por Copérnico al movimiento de los cuerpos celestiales de su
tratado De Revolutionibus Orbium Coelestium, y en el siglo 17, después de la
revolución astronómica, comenzó a ser
aplicado metafóricamente a los levantamientos políticos y sociales.
De ahí se ha desarrollado para significar
cualquier cambio fundamental o completo en el modo de producción (revolución
industrial, revolución tecnológica, etc.), en el sistema político y social
(revolución francesa, revolución rusa, etc.) o en algún aspecto social,
intelectual o cultural de la vida (revolución científica, revolución cultural,
etc.).
Pero es súbitos cambios radicales en la
estructura política, social y económica de la sociedad lo que forma la materia
de las teorías revolucionarias y de las teorías de revolución. Estas se
refieren no sólo a meros cambios de gobernantes (“revoluciones de palacio”),
sino a cambios de clases gobernantes, de métodos de gobierno, y de
instituciones sociales, con las pasiones y acciones que llevan a esos cambios,
y con sus consecuencias.
Las teorías revolucionarias, como el marxismo
o el leninismo, no sólo abogan por la revolución; también tratan de explicar
cómo se suceden. La aproximación marxista clásica buscaba las “causas” de
revolución en el desarrollo de “las fuerzas de producción” que, al chocar con
“las condiciones de producción”, engendraban lucha de clase industrial hasta el
punto de explosión. El leninismo trasladó el énfasis de las condiciones
“objetivas” para las “subjetivas” de la revolución, acentuando el papel de la
organización revolucionaria, el Partido.
La
mayoría de las teorías sociológicas contemporáneas se focalizan en la necesidad
de modernización como causa-raíz de las revoluciones modernas; señalan hacia la
confluencia de las aspiraciones de la “intelligentzia” avanzada y las miserias
del “campesinado atrasado”.
Sin embargo, las teorías de revolución que
se concentran en subdesarrollo fallan al explicar la ausencia de desarrollos
revolucionarios en algunos países atrasados y su presencia en los industriales.
Por otra parte, la experiencia del siglo 20 indicó el abandono de la creencia
de que las etapas del desarrollo social que llevan a la revolución se conforman
de acuerdo a un sistema regular (predecible) de “leyes”.
Tal creencia no sobrevive en
“revoluciones del subdesarrollo” ni en las teorías que separan “objetivo” y “subjetivo” como condiciones
para una revolución, separación que va más allá del voluntarismo leninista, y
que hace del viejo debate marxista –sobre relaciones entre revoluciones burguesa
y socialista- algo obsoleto.
Algunos analistas contemporáneos del fenómeno revolucionario van más
allá de la relación entre revolución y desarrollo económico (Marx),
subdesarrollo (Lenin) y “sobre-desarrollo” (la nueva izquierda), o hasta de la
cuestión de modernización. Su visión de revolución trasciende causas puramente
económicas y de determinismo sociológico. Enfatizan la recurrencia de motivos
utópicos y milenarios en la historia, y buscan elementos milenaristas en
movimientos seculares contemporáneos. En esta perspectiva, la historia de la idea revolucionaria puede
dar más luces sobre el fenómeno de revolución que lo que hacen las teorías
revolucionarias existentes o las actuales teorías de revolución.
El concepto marxista de dictadura del
proletariado*, por otra parte, se
utilizó para definir el ejercicio del poder del Estado en el período entre
revolución socialista y el establecimiento de una sociedad socialista. Su
interpretación ha sido objeto de considerable controversia y ha tenido una
evolución significativa. La idea se deriva de la minoritaria “dictadura
revolucionaria” del socialista y revolucionario francés Auguste Blanqui, y fue
adoptada por Marx para su propio esquema socio-histórico.
Marx, sin embargo, nunca aclaró el papel
de la élite** revolucionaria y la relación entre “dictadura del proletariado” y
“gobierno de la clase trabajadora”. Tampoco explicó lo que quería decir con
“dictadura”, que solía intercambiar con “gobierno”.
Esta ambigüedad ha sido como un muro de
contención entre sus seguidores reformistas y revolucionarios. Los primeros
citan la opinión de Marx (Amsterdam, 1872) sobre que “los trabajadores podrían
obtener sus fines por medios pacíficos” en países tales como EE UU, Inglaterra
y Holanda. Los marxistas revolucionarios, sin embargo, se refieren a los
escritos tempranos de Marx e insisten en la necesidad universal de una
dictadura revolucionaria.
Los intentos de aplicar la fórmula
marxista en la práctica leninista llevaron a una erosión de su componente
social y a agregarle un significado adicional al componente político. En efecto
se hizo sinónimo con la dictadura del Partido Comunista. En teoría, de acuerdo
con Engels, al tomar el poder “el proletariado se anula a sí mismo como clase”;
en la práctica, el Partido gobierna en su nombre.
Apartando esta ambigüedad, una dificultad
adicional para los marxistas que usan la fórmula es el hecho que debía hacerse
para calzar en el caso de los países económicamente atrasados como Rusia y
China, donde el “proletariado” formaba una pequeña, y hasta insignificante,
parte de la población. Tanto Lenin como Mao la desarrollaron para que sirviera
a sus propios propósitos, como lo han hecho otros gobernantes comunistas.
Hoy, de hecho, la dictadura del
proletariado carece de cualquier significado sociológico específico. Su
importancia es primariamente política, sirviendo como dogma ideológico para
justificar el gobierno comunista. Los partidos comunistas han abandonado
oficialmente el concepto, reteniendo la fórmula de hegemonía de la clase
trabajadora.
*Proletariado: la palabra
apareció por primera vez (del latín proletarius, de proles, progenie) en la
constitución servia del siglo 6 antes de Cristo, en la cual se requerían
servicio militar e impuestos de los terratenientes y otras clases. Los que no
podían servir al Estado con su propiedad lo hacían con su prole; de ahí la idea
de servicio por medio del trabajo. El término reapareció en los siglos 15 y 16
para designar hombres sin tierra que vivían vendiendo su poder laboral. Se asocia
fundamentalmente con Marx. En su Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel
(1843), habla del proletariado como una “clase en cadenas radicales” y termina
con la peroración: “La filosofía no puede ser realizada sin la abolición del
proletariado, el proletariado no puede abolirse a sí mismo sin realizar
filosofía”. Y el Manifiesto Comunista (1848) comienza con la sonora
declaración: “La historia de toda la sociedad humana, pasada y presente, ha
sido la historia de lucha de clases. Hombre libre y esclavo, patricio y plebeyo, señor y siervo… la era
burguesa…ha simplificado los antagonismos de clase… la sociedad se divide en
dos grandes clases hostiles…burguesía y proletariado”. El término aparece menos
en Das Kapital (1867-94).
**Elite: nombre colectivo
para quienes ocupan una posición de superioridad dentro de una sociedad o grupo
por virtud de cualidades (reales, exigidas o presumidas) de excelencia o
distinción. La historia del término debe mucho al uso dado por el economista y
sociólogo italiano Vilfredo Pareto (1848-1923) y sus observaciones relacionadas
con (1) la élite diferenciada de grupos no-élite dentro de un orden social y
(2) las divisiones dentro de la élite, como élite gobernante y élite no
gobernante. Mucho debate ha ocasionado lo concerniente a las funciones y apoyos
sociales de las élites políticas, los tipos de esas élites como se encuentran
en diferentes sociedades, su cohesión y su relación con clases gobernantes.
La frase élite de poder fue acuñada por
el sociólogo norteamericano C. Wright Mills para aquellos que están a las
cabezas de las mayores jerarquías institucionales de la sociedad moderna (las
corporaciones, los militares y el Estado), y que, a través de intereses
compartidos, se vuelven “un intrincado juegos de camarillas sobreimpuestas
(compartiendo) decisiones que al menos
tienen consecuencias nacionales”. La teoría ha sido criticada por marxistas y
liberales por su foco en élites en vez de clases, por predicar una teoría
conspiradora del poder***, por confundir
arenas de acción con instituciones, entre otras cosas.
***Poder: es uno de los
conceptos centrales de teoría política que los sociólogos han buscado definir
diferenciándolo de autoridad y de fuerza. Poder es la habilidad de su poseedor
para precisar sumisión u obediencia de otros individuos a su voluntad, sobre
cualquier base. Pero, como destacó Rousseau en el Contrato Social (Libro 1,
capítulo 3): “El hombre más fuerte nunca es lo suficientemente fuerte para ser
siempre el amo a menos que transforme su poder en derecho y obediencia en
deber”. La autoridad es un atributo de la organización social (una familia, una
corporación, una universidad, un gobierno) en que el mando tiene inherencia en
el reconocimiento de alguna competencia mayor alojada en la persona o en el
cargo mismo. Las relaciones entre estados –en ausencia de un cuadro común de
ley o consenso- son generalmente relaciones de poder. Las relaciones entre
individuos o grupos, si regularizadas y sujetas a reglas, tradicionales o
legales, tienden a ser relaciones de autoridad. La fuerza es una compulsión, a
veces física (cuando se vuelve violencia), invocada por los esgrimidores de
poder y autoridad. La fuerza puede ser utilizada en apoyo a la autoridad. Y la
amenaza de la fuerza a menudo se ubica tras el uso del poder para imponer la
voluntad del poseedor. Pero hay uso de poder sin fuerza (Ghandi). En la teoría
social contemporánea, el componente importante en el ejercicio de la autoridad
es la legitimidad, el justo gobierno o ejercicio del poder, basado en algún
principio (consenso) conjuntamente aceptado entre el gobernante y los
gobernados.
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