domingo, 15 de mayo de 2016

CONTRA LA ESCUELA DE SUMISIÓN CUBANA



     Afirmaba Rómulo Betancourt en en los días de la crisis misilística en Cuba: “No decimos que esta política realizada en tres años y medio de gobierno haya solucionado los problemas básicos del pueblo venezolano… Verán cómo al lado de los asentamientos campesinos hay todavía millares de familias viviendo en condiciones infrahumanas, en ranchos destartalados. Encontrarán que al lado de la magnífica Siderúrgica del Orinoco, eslabón recio para la conquista de nuestra independencia económica, hay todavía 300.000 personas viviendo o mal viviendo en el cinturón de pobreza que rodea a esta ciudad vitrina (Caracas), una de las mejor alumbradas del continente, una de las que tienen edificios más altos y avenidas más hermosas. Pero, ciudad en la cual coexisten la riqueza arrogante y la pobreza desesperante… Pero lo importante, y ese mensaje es el que ha escuchado el pueblo, es que se está en la buena vía y el pueblo venezolano sabe que no basta un solo período, ni dos, ni tres de gobierno democrático para solucionar sus problemas, pero sabe que las tierras se están repartiendo en el campo, que se están creando oportunidades permanentes de trabajo mediante un audaz impulso a la industrialización…Y sobre todo, y fundamentalmente, el pueblo de Venezuela pisa ahora sobre su tierra con orgullo, porque pisa como hombre libre, y eso explica por qué han resultado fallidos todos los esfuerzos de los extremistas para promover guerrillas en el campo y en las ciudades. Son grupos de comando rechazados por el pueblo”.



CONTRA LA ESCUELA DE SUMISIÓN CUBANA 
Alberto Rodríguez Barrera




     En octubre de 1962 se constató que Cuba, con la complicidad y sumisión de su gobierno comunista, se había convertido en una base soviética de proyectiles medios e intermedios, y de otras armas ofensivas de similar peligrosidad, creándose una situación internacional de alta tensión. El Gobierno de Coalición reunió en Miraflores el Consejo Supremo de la Defensa Nacional para hacer uso de la disposición constitucional (atribución 7a del articulo 190): “Adoptar las medidas necesarias para la defensa de la República, la integridad de su territorio y de su soberanía, en caso de emergencia internacional”. Cuando se tuvo evidencia incontrastable de esa situación, en que Cuba se hacía alcahuete y cortesana del totalitarismo soviético, el Gobierno de Venezuela comenzó a cumplir sus obligaciones internacionales, sin esguince y con claro sentido de responsabilidad.




     En el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, nuestro delegado hizo un vehemente llamado a la paz mundial y a la búsqueda de soluciones pacíficas para zanjar los diferendos internacionales, siendo enfático al afirmar que no podría discutirse con la Unión Soviética fórmula alguna sin el previo desmantelamiento, vigilado por observadores internacionales, de las bases para proyectiles atómicos instalados en Cuba y que constituían un riesgo de destrucción masiva de vidas y de riquezas no sólo para Estados Unidos sino para todos los pueblos de América, y de manera muy especial para los ubicados en la hoya del Caribe. Dentro de la Organización de Estados Americanos (OEA) exteriorizamos en forma precisa y concreta que la transformación de Cuba en una base operacional de la Unión Soviética con armas nucleares, era una amenaza que debía enfrentar unido, sin pausas y sin plazos, todo el continente. Resultó así aprobado por unanimidad el acuerdo mediante el cual se invocó el Tratado de Asistencia Recíproca de Río de Janeiro de 1947 que autorizaba la acción individual o colectiva, inclusive de acción armada, frente a cualquier amenaza tangible para la integridad de alguna o de todas las naciones del continente.


     Todo ello venía a dar la razón, en forma dramática, a la muy firme actitud adoptada por el Gobierno de Coalición ante el régimen comunista de Cuba. Aun antes de que hubiera evidencias de que Cuba estaba convertida en un reservorio de bombas de alto poder destructivo, situado por la Unión Soviética en América, ya el gobierno venezolano había señalado la peligrosidad de un régimen que exportaba consignas, dinero y armas con el propósito de minar y de destruir los regímenes de limpio origen democrático y definitivamente resistidos a convertirse en apéndices sumisos de Moscú.

     Venezuela fue uno de los primeros países de América Latina que rompió relaciones diplomáticas con el régimen de La Habana y por ello hubimos de afrontar brotes de violencia promovidos por los comunistas y sus adláteres, quienes hicieron dejación de su consciencia de ciudadanía venezolana para actuar en Venezuela como quintacolumna al servicio de gobiernos y de fuerzas hostiles a nuestra nacionalidad. En la Reunión de Consulta de Cancilleres en Punta del Este, realizada meses después de la ruptura de relaciones de Venezuela con el régimen de La Habana, estuvimos entre los catorce países que formaron la precaria mayoría que expulsó a ese régimen de la OEA. Pero en la medida en que los días pasaban y los hechos se sucedían, resultaba clamorosa la evidencia de que quienes gobernaban en La Habana, con sus brutales métodos represivos, lo hacían por interpuesta mano del eje chino-soviético.




     También había un sentido de supervivencia nacional en el apoyo al unánime compromiso internacional: la significación del petróleo como materia prima básica para movilizar la maquinaria industrial y bélica de los Estados modernos no era de nadie desconocida. La existencia de armas nucleares en Cuba ponía así en peligro no sólo los centros vitales de la industria estadounidense, sino también los campos y ciudades petroleras del Oriente y del Occidente nacional. Por ello había decisión a cooperar para que, de una vez por todas, se le pusiera cese a una situación que constituía un riesgo permanente para nuestra seguridad y para nuestra supervivencia como nación.



     Había consciencia igualmente de que si algo ha caracterizado al pueblo de Venezuela es su valentía para afrontar situaciones difíciles. Y el Presidente Betancourt no ocultaba la difícil y riesgosa situación: “Y por eso debemos afrontarla, con sentido de unidad nacional, todos los venezolanos, con la sola excepción de quienes renunciaron a su gentilicio, a su nacionalidad, para convertirse en grupos serviles al enemigo extranjero, al servicio incondicional de la orden y consigna importadas. Consciente como estoy de que ésta es una hora de limar diferencias y de aunar voluntades y esfuerzos, he mantenido y continuaré manteniendo contacto con todos los sectores políticos, económicos y sociales de la colectividad. Empeñado estoy, como Presidente de todos los venezolanos, en que se integre un apretado y compacto frente único para enfrentar lo que haya de enfrentarse. Dentro de la distribución de tareas y de responsabilidades en esta hora de emergencia nacional, a todos los venezolanos, cualesquiera que sean su rango y posición, les corresponde una parcela de labor por realizar y de acción por cumplir. Estoy seguro, porque tengo una fe profunda y entrañable en el pueblo venezolano, de que todos cooperarán cuando se les señale el sitio y la oportunidad de hacerlo”. 



    De la misma manera se hacía un llamado a no alterar las actividades normales de la producción y del trabajo, para que se produjera más en las fábricas y en los campos, sobria, simple y llanamente, para demostrar que en Venezuela se mantenía intacta la fibra de la generación que con sangre y sacrificios nos legó una patria irrevocablemente soberana y libre.


     Y así era: en Venezuela se vivía en un Estado de derecho que apelaba a los procedimientos pautados en la Constitución y que pedía la ilegalización de los partidos extremistas ante la Corte Suprema de Justicia, y los extremistas de la izquierda, los únicos afectados por la restricción de garantías constitucionales por asumir una modalidad esquizofrénica de bandas terroristas, aún contaban con diputados y senadores disfrutando de inmunidad parlamentaria, continuaban concurriendo al parlamento, hasta que viniese una sentencia de la Corte, cuyo contenido se desconocía porque no se estaba presionando a los señores magistrados, quienes serían –solos con su consciencia e interpretando las leyes de la República- quienes sentenciarían en un sentido o en otro. 



     El de Venezuela era un régimen democrático acechado no sólo por esos sectores minoritarios que actuaban en nuestro país como una quintacolumna que seguía dócilmente las consignas transmitidas de La Habana, sino que también enfrentaba la resistencia de sectores oligárquicos egoístas, quienes hubiesen estado satisfechos con una democracia sin contenido social, con una democracia que no le diera al pueblo acceso a la cultura, que no desmantelara el latifundio en el campo, que no defendiera y tutelara el derecho de los trabajadores a obtener salarios estables y contratos colectivos favorables a sus intereses.


     Afirmaba Rómulo en los días de la crisis misilística: “No decimos que esta política realizada en tres años y medio de gobierno haya solucionado los problemas básicos del pueblo venezolano… Verán cómo al lado de los asentamientos campesinos hay todavía millares de familias viviendo en condiciones infrahumanas, en ranchos destartalados. Encontrarán que al lado de la magnífica Siderúrgica del Orinoco, eslabón recio para la conquista de nuestra independencia económica, hay todavía 300.000 personas viviendo o mal viviendo en el cinturón de pobreza que rodea a esta ciudad vitrina (Caracas), una de las mejor alumbradas del continente, una de las que tienen edificios más altos y avenidas más hermosas. Pero, ciudad en la cual coexisten la riqueza arrogante y la pobreza desesperante… Pero lo importante, y ese mensaje es el que ha escuchado el pueblo, es que se está en la buena vía y el pueblo venezolano sabe que no basta un solo período, ni dos, ni tres de gobierno democrático para solucionar sus problemas, pero sabe que las tierras se están repartiendo en el campo, que se están creando oportunidades permanentes de trabajo mediante un audaz impulso a la industrialización…Y sobre todo, y fundamentalmente, el pueblo de Venezuela pisa ahora sobre su tierra con orgullo, porque pisa como hombre libre, y eso explica por qué han resultado fallidos todos los esfuerzos de los extremistas para promover guerrillas en el campo y en las ciudades. Son grupos de comando rechazados por el pueblo”.




     Rómulo también tuvo palabras en esos días para referirse al problema de los golpes de Estado: “Que la lucha, la cual debe ser enérgica, a fondo y decidida, contra el régimen comunista impuesto en la hermana República de Cuba, no nos haga olvidar otro peligro: el de la recurrencia del mal casi crónico en esta parte del continente de los golpes de Estado para sustituir por juntas autoelectas a los gobiernos legítimamente constituidos. El Gobierno de Venezuela se ha quedado solo, o casi solo, en una actitud indesviable: no mantenemos relaciones diplomáticas de ninguna clase con las juntas pretorianas que han sustituido a gobiernos legítimamente constituidos… En Venezuela se ha hecho una buena experiencia de proyección no sólo local sino americana. La experiencia de que los hombres y mujeres que militan bajo (toldas políticas diferentes) pueden coincidir, y han coincidido, en su acción leal, consecuente y firme de reformas profundas, estructurales, de una verdadera revolución pacífica en la sociedad venezolana…”




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