EL MINOTAURO DEL CONTRASTE Y LA CONTRADICCION
Montherlant (1)
-Alberto Rodríguez Barrera-
Henry de Montherlant fue un escritor de gran habilidad para antagonizar y fascinar a sus lectores. Fue amargamente criticado y entusiastamente alabado. Sus libros tuvieron gran recepción. Se le describió como "uno de los más grandes escritores franceses" que sería "más ampliamente leído en el año 2000", pero también se le tildó de ¨no creativo" y de "artista banal" incapaz de escribir novelas genuinas ni obras de teatro. Pero uno de sus críticos más inteligentes, Jean-Louis Curtis, tipificó la reacción de sus lectores cuando enfatizó el egotismo, la "désilvolture" de alto vuelo y las aparentes inconsistencias del pensamiento de Montherlant, y concluyó: "¿Un poeta? Seguramente, y del más alto orden. También un gran artista. Y un gran dramaturgo. Y un gran humorista. Y un gran novelista. En pocas palabras, hay muchas razones para su grandeza."
Hay varias razones para las conflictivas reacciones a la obra de Montherlant. Es claramente un escritor talentoso, pero su actitud de aparente indiferencia hacia su público, que surge al menos en parte de su disgusto con la mayor parte de las "ideas generalmente aceptadas", no está calculada para encariñarlo con sus lectores. Sin duda, hay momentos cuando parece cultivar malentendidos con cierto grado de perversidad; tampoco vaciló en expresar verdades desagradables, para incomodar a sus lectores, y su habilidad epigramática tiene un gran número de burlonas "boutades". Además, Montherlant sostiene una actitud escéptica hacia todo el concepto de la verdad. Es realmente no sectario, y su renuencia a elegir o comprometerse irrita a mucha gente. Sobre el escepticismo escribe:
"Una persona que dice : 'yo no sé', utiliza su intelecto, que le permite comprender lo que no sabe (lo que es llamado 'conocimiento'), su integridad, que lo hace decidir que debido a que no sabe no pretenderá hacerlo (porque esto sería charlatanismo en el verdadero sentido de la palabra) y su coraje, porque tal cautela resulta en que sea tratado como un cobarde por el partidario, como un ignorante por los instruidos, como un idiota por los frívolos."
Tal actitud es parte de la oposición general de Montherlant a la sistematización y los dogmas, y a su continua "apertura" hacia la experiencia, que destruye el confort que se encuentra en nítidas formulaciones y en estructuras de lógica pulcra. En la escala de valores de Montherlant la vacilación y la duda son equivalentes de honestidad e integridad, formas particulares de honestidad e integridad que irritan mucho a la gente. Todos menos los más amargos enemigos de Montherlant han alabado su sinceridad, su repetida autocrítica, su énfasis en la necesidad de una constante revalorización de sus propias ideas, su exposición de lo que considera falso e insalubremente sentimental: "Sin embargo, lo importante no es ser original sino decir, o repetir, lo que uno cree que es la verdad."
Es esta actitud de Montherlant hacia la verdad lo que produce la clave de sus ideas y la manera en que las ha expresado en sus ensayos, novelas y obras de teatro. Una y otra vez se enfatiza los muchos lados que tiene la verdad: "la gente con una pluma elegante escribe sobre la verdad como siendo un diamante; pero lo que siempre olvidan tomar en cuenta es la multiplicidad de facetas del diamante cortado." Tal visión de la verdad implica un énfasis similar sobre la diversidad de la vida, y este es otro tema que recurre frecuentemente en la obra de Montherlant; él acepta, como sin duda debemos hacerlo todos, los elementos conflictivos de la experiencia: vida y muerte, alegría y tristeza, éxito y fracaso, etc. Pero pasa a afirmar y darle la bienvenida a muchos otros pares de opuestos: simpatía y repulsión, humildad y orgullo, fuerza y sacrificio, renuncia e indulgencia. No es sólo que tales opuestos son buenos, como manifestaciones igualitarias de la vida, sino que el hombre tiene el deber de aceptarlas y sostenerlas. No es justo sugerir que Montherlant está simplemente rechazando elegir entre sus propios instintos conflictivos, o que esté excusándose elaboradamente del deseo de tener lo mejor de ambos mundos. Montherlant argumenta -positiva y convincentemente- que la vida es una confusión demasiado grande como para ser adecuadamente encerrada y justificada por cualquier sistema intelectual. Montherlant comparte la visión de Goethe de que "la existencia dividida por la razón humana deja un remanente", y pasa a afirmar que esto también es verdad de los sistemas morales e intelectuales.
Así es que entonces Montherlant rechaza conformarse con una respuesta parcial a la vida, o con una actitud que justificaría ciertos aspectos de la experiencia con la exclusión de otros. Su apetito por la vida es vasto y todo-envolvente: "… que pueda yo vivir todas las vidas, toda la diversidad y todas las contradicciones del mundo; y vivirlas con intensidad y distanciamiento… Ser capaz de todo para poder experimentarlo todo, experimentarlo todo para poder saberlo todo, entenderlo todo para poder expresarlo todo: nuestra recompensa vendría, a medida que nos examinemos a nosotros mismos, cuando nos veamos como un espejo de la creación, y concibamos a Dios en la imagen del hombre."
Este es el tipo de aspiración tipo Dios que llevó a los críticos a describir a Montherlant como "un hombre del Renacimiento"; ser capaz de vivir contrastando experiencias conflictivas, o al menos de identificarse uno mismo imaginativamente con ellas, es marca de la humanidad total del individuo. La simpatía por puntos de vista opuestos, y la habilidad de argumentar y sentir, a nombre o para bien de las ideas conflictivas, es la única reacción adecuada ante la complejidad del mundo y de la gente. Tal reacción también tiene desventajas, como lo sabe Montherlant, quien admite que este tipo de objetividad neutraliza la acción al remover la fuerza del sentimiento "para" ciertos individuos y "contra" otros sobre los cuales depende la acción. También lo hace a uno sospechoso ante la mayoría de la gente al desprenderse uno de ellas. Pero tiene la muy real ventaja de darle a uno profundidad y aliento en la comprensión del comportamiento humano que apenas puede ser obtenido de cualquier otra manera.
La aceptación de ideas y experiencias conflictivas tiene otras ventajas. Es una fuente de fuerza para el hombre que mantiene conciencia del estado de cosas contrario a aquél en que se encuentra a sí mismo en cualquier momento dado, y quien sostiene este estado de asuntos opuestos como igualmente natural e igualmente bueno. Es la marca de libertad interior genuina, siendo el hombre libre real uno que es sucesivamente -y hasta simultáneamente- atacado por partidos opuestos. Es una fuente de placer porque implica fuerza y libertad; un placer instintivo sin filosofía ni razón fundamental. En el plano moral, esta alternación entre opuestos evita la saciedad y alienta la justicia y el juego limpio. Sobre todo, sin embargo, este "totalismo" sirve a la causa de la verdad al tomar en cuenta su naturaleza fundamentalmente dialéctica:
"Las doctrinas opuestas son nada más que desviaciones diferentes de la misma verdad; al pasar de una a la otra no cambiamos nuestro ideal más de lo que hacemos al cambiar objetos para ver las diferentes superficies de un sólido; de ahí que la ortodoxia de un siglo es derivada de la herejía del siglo que la precedió."
Quizás sea por escudriñar el comportamiento humano que Montherlant encuentra la evidencia más concluyente de la simbiosis como una ley natural universal. En "Les Lépreuses" dice, característicamente, que la comprensión de que el hombre es incomprensible, una masa de elementos contradictorios, nos viene primero no de otra gente sino de nuestro conocimiento de nosotros mismos. En muchas ocasiones en sus escritos enfatiza las contradicciones humanas. Este énfasis en la contrariedad de la naturaleza humana tiene consecuencias, como veremos luego, para el retratar de personajes en las novelas y obras de teatro de Montherlant. En varios de sus ensayos dice que la coherencia de los personajes pertenece sólo a la literatura, no a la vida, y en su primera obra publicada, "La Réleve du Matin", escribe: "El novelista que describe sin alguna modificación lo que sucede dentro de la gente joven sería severamente atacado. ¡Qué inconsistencia! ¡Qué improbabilidad!"
El agudo sentido de simbiosis de Montherlant es algo que comparten, en grados variantes, muchos escritores y pensadores. Montherlant sustenta su caso no sólo por referencias a la antigüedad clásica y el pensamiento oriental, sino por medio de citas de escritores tales como Pascal, Voltaire, Goethe, Hegel, Nietzsche, Baudelaire, Delacroix, Renan, Freud. Pero admite que, en sus esencia, este sentimiento hacia la contradicción y su aceptación de ella se debe a una argucia particular de su propia naturaleza. La asocia primordialmente con su propio altamente desarrollado don de empatía y hasta a una inclinación temperamental para jugar para el otro lado o pasarse al campo enemigo. En un intento por ser consistente sobre su propia doctrina de inconsistencia, dice que lo que así describe como la verdad sobre la existencia es verdad sólo para él, y no necesariamente para los demás. Pero la siguiente cita suena mucho como a lamento o queja personal: "Han llamado confusión a mi riqueza, presunción a mi orgullo, exceso de énfasis a mi exaltación, aspereza a mi virtud, retórica a mi elocuencia, oscuridad a mi profundidad, locura a mi lealtad, impudicia a mi franqueza; y cuando ya no encuentran cómo deberían censurar una de las posiciones que he asumido, la llaman actitudinal. ¿Con qué arma puedo vengarme?"
En un pasaje como este podemos ver todo el problema de la relación de Montherlant con su público. Pero está claro y totalmente justificado en su defensa. Está igualmente claro en que es un escritor cuyas actitudes invitan a atacarlo desde muchos ángulos. Particularmente en su énfasis sobre igual valor a puntos de vistas opuestos, que lo hacen un escritor que irrita, que es difícil de ajustar, y que entonces nos vuelve a irritar de nuevo por este mismo motivo. Por un lado parece inconsistente, por otro perverso e irresponsable. Al identificar unidad con totalidad ha alabado tanto la acción como la contemplación, la violencia y la bondad, el individualismo y el comunalismo, la autoindulgencia y el autosacrificio… Como escritor ha sido por turnos subjetivo y objetivo, lírico y austero, un apologista de la existencia física y un celebrador del refinamiento intelectual. El contraste en tono y énfasis de sus diferentes libros recuerda a Gide, aunque a veces ofrece una más fuerte impresión de contrariedad.
Desde el punto de vista del público, el Montherlant que existe detrás de esta confusa red de ideas se asemeja al Minotauro en el centro de su laberinto. Y como el Minotauro, Montherlant ha sido objeto de alarmantes eventos y horroríficas leyendas. Pero al contrario de lo que afirma la leyenda, el hombre mismo fue alguien cortés, amistoso, sensible, razonablemente modesto y extremadamente trabajador. El hombre y sus escritos no deben ni pueden ser completamente separados o enteramente identificados, aunque en sus datos biográficos existe una base para valorar sus ideas y para ver que hasta un profeta de la simbiosis debe construir su vida sobre elementos constantes diferentes a la continua aceptación del contraste y la contradicción.
Noviembre 2006
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