¿Recuerdan a Venezuela?
¿Recuerdan a los venezolanos?
-Alberto Rodríguez Barrera-
Al comenzar el siglo 21, Venezuela es una sociedad urbanizada en la que se fusionaron tres civilizaciones: la indígena aborigen (predominantemente arahuaca y caribe), la española y europea, y la africana, lo cual generó una nueva amalgama de venezolanos.
Es una sociedad fundamentalmente joven cuyos ojos miran hacia el norte en un movimiento perpetuo que ha vivido entre la abundancia de la riqueza petrolera y períodos de austeridad.
Pocos países del mundo han cambiado tanto en tan poco tiempo como Venezuela, gracias a la presencia del petróleo, que impulsó a un país pobre, esencialmente agrícola y aislado, a transformarse en pocas décadas en una sociedad tecnificada y consumista dentro de un Estado donde la democracia es defendida a capa y espada en su lento proceso de desarrollo.
La industria petrolera inició su actividad comercial en 1917, pero –debido a su estructura demográfica y los rasgos de la vieja sociedad rural- Venezuela se mantuvo sin modificaciones hasta mediados de la década de 1940, cuando se inició un proceso de modernización, urbanización y mejoras en la calidad de vida y desarrollo de la población.
En términos sociales, estas innovaciones aumentaron el personal estatal, consolidaron un mercado moderno, otorgaron un mayor protagonismo a las clases medias y desarrollaron avances considerables en educación, salud y vivienda.
La marcha acelerada por alcanzar la evolución del siglo 20 produjo una mezcla de rasgos tradicionales y modernos que han hecho de Venezuela el país más urbanizado de Latinoamérica, con el 83 por ciento de sus 27 millones de habitantes (aproximadamente) viviendo en unas cuantas grandes ciudades.
Aunque rodeados de rascacielos, alta tecnología y un gran tráfico vehicular, los venezolanos conservan un modo de vida rural, dando muestras de una curiosa falta de sofisticación, como si todavía no hubiese superado aspectos negativos de su historia como país agrícola pobre, aislado del mundo exterior y que tenía pocas carreteras y una población exageradamente reducida.
Fue en la década de 1920 que se comenzó a salir del país rural fragmentado y de fuertes identidades regionales, con la agricultura dejando de ser una fuente de trabajo importante e iniciándose las emigraciones masivas hacia las ciudades, y ya para 1970 vivían en ciudades tres cuartas partes de la población.
La velocidad del cambio se hizo más visible en Caracas: de un cuarto de millón de habitantes en 1945 y unos cuantos edificios de más de dos plantas, se multiplicó por siete la población en las tres décadas siguientes, adquiriendo la ciudad su forma actual: el lujo tecnológico de sus rascacielos rodeado por un anillo de “ranchitos” para los más desfavorecidos.
En un país impregnado de jóvenes, donde sólo el 6 por ciento supera los 60 años, la cultura venezolana está orientada decididamente a los jóvenes, dentro de una nación muy cosmopolita y una sociedad mestiza que, tras la II Guerra Mundial, recibió una oleada de inmigrantes europeos, en un país que para 1950 tenía menos de 5 millones de habitantes.
Esta provechosa y fructífera integración ha contribuido también a que la sociedad venezolana sea insólitamente abierta, amable e informal, lo cual se caracteriza por la rapidez con que se llega al tuteo, abandonando el formalismo del usted y habilitando un lenguaje cariñoso, como el hecho de que hombres y mujeres se traten al conocerse como “mi amor”.
Los venezolanos son infinitamente generosos, efusivos en el saludo y el trato, como si fueran frívolos e inconscientes, inclinándose a conversaciones anecdóticas y un gusto indetenible por hablar en broma.
De los venezolanos se dice que tienen una mentalidad en que domina una visión transitoria de la vida, donde el matrimonio, la empresa, la carrera y la familia tienen un interés a corto plazo, como si lo que hoy existe pudiera desaparecer mañana.
Aun cuando en los hombres perduren ciertas actitudes machistas, las mujeres venezolanas tienen un lugar envidiable en todas las áreas de la sociedad, desenvolviéndose con soltura como directivas de empresa, médicos, jueces, ingenieras, arquitectas y en las más diversas profesiones, lo cual sorprende debido a la obsesión nacional por los concursos de belleza y el alto sentido del glamour y de su femineidad.
Los venezolanos son en un 90 por ciento católicos y, aunque sólo un 20 por ciento acude a la iglesia con regularidad, la convivencia entre todas las religiones es totalmente fraternal.
Venezuela es un país eminentemente musical y es casi inevitable que alguien en cualquier lugar saque a relucir un “cuatro” (guitarra de cuatro cuerdas, como el ukelele) y que todos comiencen a cantar, algo tan natural como la diversidad de agrupaciones musicales profesionales que proliferan, serias y estudiosas de las diferentes tendencias de la música tradicional, sea ésta de Los Llanos, de los ritmos complejos y bailes exuberantes de los tambores afrovenezolanos y de la costa caribeña, de los valses andinos, de los calypsos de Guayana o de la música clásica, cuyos artistas son tan importantes como el sistema nacional de orquestas que la inversión democrática procreó.
De la misma manera sucede con las artes plásticas, ya que en Venezuela los pintores y escultores de talla internacional tienen sus obras monumentales distribuidas por toda Caracas, incluyendo las estaciones del metro.
Pero por encima de todo, más allá de este breve recorrido, los venezolanos aman a su país y –al igual que muchos extranjeros que vinieron originalmente sólo por una visita fugaz- conservan sus pies arraigados en esta hermosa patria.
Venezuela es un país eminentemente musical y es casi inevitable que alguien en cualquier lugar saque a relucir un “cuatro” (guitarra de cuatro cuerdas, como el ukelele) y que todos comiencen a cantar, algo tan natural como la diversidad de agrupaciones musicales profesionales que proliferan, serias y estudiosas de las diferentes tendencias de la música tradicional, sea ésta de Los Llanos, de los ritmos complejos y bailes exuberantes de los tambores afrovenezolanos y de la costa caribeña, de los valses andinos, de los calypsos de Guayana o de la música clásica, cuyos artistas son tan importantes como el sistema nacional de orquestas que la inversión democrática procreó.
De la misma manera sucede con las artes plásticas, ya que en Venezuela los pintores y escultores de talla internacional tienen sus obras monumentales distribuidas por toda Caracas, incluyendo las estaciones del metro.
Pero por encima de todo, más allá de este breve recorrido, los venezolanos aman a su país y –al igual que muchos extranjeros que vinieron originalmente sólo por una visita fugaz- conservan sus pies arraigados en esta hermosa patria.
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