“Rómulo, la integración de Maracibo, y del Zulia, a Venezuela toda, y viceversa,
pasa por la construcción del puente sobre el Lago”. Valmore Rodríguez, mi padre, 1946
La mezquindad y la ignorancia, al no reconocer la realidad, caen por sí solas, a veces desbaratando lo necesario y útil. Pero hay quienes se elevan por encima de la mediocridad, como hizo -el día antes de la inauguración del Puente General Rafael Urdaneta- el Cardenal José Humberto Quintero: “La fecha de mañana recuerda no sólo el 463º aniversario del descubrimiento del Lago de Maracaibo, sino del cumpleaños de haber sido pronunciada por los labios de Ojeda, Vespucio y de la Cosa, ante la humilde ciudad aborigen fabricada en las aguas, la palabra Venezuela, diminutivo musical que hoy suena a nuestros oídos como el más armonioso de todos los vocablos castellanos”.
EL SIMBOLO DE LA UNIDAD
E INTEGRACION DE VENEZUELA
-Alberto Rodríguez Barrera-
El 24 de agosto de 1962 se inauguró el Puente General Rafael Urdaneta de Maracaibo, tal como fue prometido por Rómulo Betancourt en su penúltimo discurso pre-electoral el 5 de diciembre de 1958. Esta fue una conquista del pueblo zuliano, que exigió la construcción del puente en demostración patente de una verdad histórica, que grupos reducidos y sin resonancia para su afónica voz en el ámbito colectivo parecen ignorar: que la voluntad de los pueblos se impone siempre y que de nada valen contra ella la violencia ni la propaganda falaz; que a la larga, lo importante no es vencer por la fuerza, sino convencer con la razón y las realizaciones; que de nada pueden servir las prédicas totalitarias, de cualquier signo, cuando los pueblos han adquirido conciencia histórica de su libertad, de sus derechos y deberes y tienen pleno sentido de la nacionalidad.
Como dijo Rómulo en la inauguración: “… que con la misma voluntad y vocación democrática que un 23 de enero dio al traste con la dictadura, con la misma voluntad y vocación faenera que los zulianos han puesto en la consecución de su puente, todos los venezolanos defenderán la democracia conquistada contra los amañados ataques de quienes anteponen sus propias, irracionales ambiciones personales al ejercicio de poder, o los planes de expansión ecuménica de potencias extranjeras a los intereses vitales, y suyos propios, de la nación”.
Pero había otra verdad histórica, más allá de que se trataba de una obra única en América y monumental en sus proporciones: que la voluntad y las aspiraciones colectivas no responden a veleidades fortuitas, sino a imperativos socio-económicos, a realidades objetivas y a necesidades que la conciencia popular sabe captar con intuición especial, y sus líderes e conciencia histórica.
La realidad era que Maracaibo –como centro económico de la región occidental- estaba aislada de su propia zona socio-económica de influencia y del resto de la República, a pesar de ser la zona más productiva y rica del país, frenada por factores de costo y tiempo que gravaban fuertemente sus comunicaciones, entorpecida por el agua en el intercambio de sus productos agropecuarios, mineros e industriales, funcionando con inoperantes y costosos “ferry-boats’.
El Gobierno de Coalición tenía sus estudios hechos y su visión era la integración de Venezuela. Los 14.344 kilómetros de superficie del lago, producían pérdidas no menores de 1 millón 700 mil horas-hombre de energía y 670.000 vehículos-hora anualmente. No se equivocaban los zulianos ni la estrategia gubernamental: el puente sería el vehículo efectivo entre los Estados Táchira, Mérida, Trujillo, Zulia, Falcón y Lara, complejo rico en petróleo, ganadería, agricultura, recursos energéticos, madereros y pesqueros.
Era también un complemento fundamental para la red de vías terrestres y aéreas que el Gobierno de Coalición había planificado con plena conciencia de su importancia para conectar las regiones central y oriental del país –con sus muchos pueblos hermanos- y para reducir en 700.000 kilómetros la ruta del Caribe hasta Panamá, que vincula a Venezuela con el sector del Darién, factor clave para la gran carretera Panamericana. Los técnicos, economistas y planificadores finalmente captaron lo que ya sabía el pueblo zuliano.
El gobierno hacía lo que tenía que hacer: el puente no era una obra considerada y proyectada aisladamente, obedecía a los modernos conceptos técnicos sobre planificación integral que jamás se habían aplicado en Venezuela y que darían bases de sustentabilidad al proceso de construcción y producción democrática. Insertado dentro del plan vial nacional estructurado, el sistema del Puente Urdaneta formaba parte del gran circuito que rodea toda la hoya del Lago de Maracaibo, puntos de enlace de la región zuliana –que el gobierno ya había construido- con los centros urbanos de Palmarejo, Cabimas, Lagunillas, Agua Viva, El Vigía, Encontrados, Machiques, Maracaibo, y el único tramo que faltaba por completar: Machiques-Encontrados. Y hacia el interior de Maracaibo y vías conexas, se habían realizado 17 kilómetros de acceso al puente, dos distribuidores de tránsito, dos plaza de peaje, cuatro estructuras de paso a dos niveles; además se trabajaba en la autopista urbana de 11 kilómetros, eje del sistema, con otros grandes distribuidores.
El costo del puente fue de 350 millones de bolívares y fue totalmente cubierto con los recursos ordinarios, sin recursos extraordinarios ni créditos externos, pese a que el gobierno estaba autorizado por el Congreso Nacional para recurrir a ello. Otro aspecto importante a destacar fue el sentido de equipo y cooperación nacional e internacional: para los estudios, proyectos, ejecución y supervisión, donde colaboraron con su experiencia y amplios conocimientos técnicos y profesionales venezolanos, italianos, alemanes, suizos y portugueses, al igual que a nivel de obreros zulianos.
Ajenos a realidad y a las grandes obras de utilidad socio-económica que se ejecutaban en el país, sin ningún acento sobre lo suntuario, los dueños de la impotencia política y social disfrazaban su resentimiento acusando al gobierno de “sólo hacer escuelitas”, lo cual –lejos de avergonzar al Ejecutivo- formaba parte del plan integral de desarrollo, que continuaba haciendo escuelitas, escuelas, escuelotas, grupos escolares, liceos, escuelas industriales, artesanales, comerciales, normales, y universidades, con orgullo en las obras pequeñas, las medianas y las grandes. El acento estaba en la necesidad y la utilidad. En un país devastado por la falta de atención social, el valor superior de la democracia que se asentaba valorizaba con satisfacción haber sembrado muchas tuberías, dispensarios de salud y una multiplicidad de esfuerzos aparentemente modestos, porque el valor de una obra no se mide por su volumen sino por la magnitud, a veces difícil de tabular en números, de la necesidad que va a remediar.
Y remedios importantes tipo escuelitas eran: “El Pulpo”, “La Araña”, el puente sobre el río Apure, el puente sobre el río Orinoco, el puente sobre el Caroní, el puente Internacional con Colombia, el viaducto La Bermeja, la Siderúrgica de Matanzas, el complejo hidroeléctrico de Macagua, las carreteras Guatire-Caucagua, el Guapo-Barcelona, Carora-Lagunillas, Coro-Palmarejo, las autopistas Coche-Valles del Tuy-Tejerías y Valencia-Puerto Cabello, la perforación del túnel de La Planicie, la apertura de más de 500 kilómetros de canales de riego, la creación de Parques (del Este, Miranda, Aristides Rojas y otros), los hospitales de Seguros Sociales de Antímano, Puerto Cabello, Cabimas, San Felipe, Ciudad Bolívar, Barcelona, Cumaná, Acarigua-Araure, Maturín, además de otras 300… escuelitas.
Los virtuosos de la negación y la demagogia, sin duda alguna, tenían muchos hijos en las escuelitas aprendiendo la gran lección del Puente General Rafael Urdaneta: que el sistema democrático, como nos lo enseñan la pujanza y el progreso obtenido en los más avanzados países del mundo, regidos por ese ordenamiento político-social, es eficiente y capaz, ambicioso en sus realizaciones y puede exhibir obras que por su volumen, trascendencia y magnitud, no sólo no tienen que envidiar sino que superan ampliamente las realizaciones de los regímenes totalitarios de izquierda y de derecha, con la ventaja decisiva y fundamental de que las realizaciones y obras de la democracia se llevan a cabo sin necesidad de cercenar la libertad ni ofender la dignidad de los hombres y de los pueblos.
La mezquindad y la ignorancia, al no reconocer la realidad, caen por sí solas, a veces desbaratando lo necesario y útil. Pero hay quienes se elevan por encima de la mediocridad, como hizo el día antes de la inauguración del Puente General Rafael Urdaneta el Cardenal José Humberto Quintero: “La fecha de mañana recuerda no sólo el 463º aniversario del descubrimiento del Lago de Maracaibo, sino del cumpleaños de haber sido pronunciada por los labios de Ojeda, Vespucio y de la Cosa, ante la humilde ciudad aborigen fabricada en las aguas, la palabra Venezuela, diminutivo musical que hoy suena a nuestros oídos como el más armonioso de todos los vocablos castellanos”.
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