lunes, 13 de junio de 2016

LA TRÁGICA VORACIDAD EN EL REINO DE LOS BILLETES


La amenaza de un gobierno que no admite límites en sus actividades desnaturalizadas es evidencia de su incapacidad para generar cualquier tipo de cambio social. La vorágine en los billetes es más que un síntoma, es una rapiña que justifica la incredulidad que generan sus promesas reencauchadas. Ya los “estados gastadores” son una fea verruga de inconsciencia, ya que sus presupuestos y decisiones pasan por encima de los recursos disponibles para la idoneidad social y sólo obedecen a los deseos infinitos de apropiación lujuriosa, donde la voracidad sólo alcanza para pavonearse y regodearse –sólo ellos- en la titilante alfombra roja que tampoco fue de su hechura. 

“...debemos considerar si hay sólo una forma de gobierno o muchas,

y si son muchas, qué son, cuántas son, y cuáles son las diferencias entre ellas.” 
Aristóteles


LA TRÁGICA VORACIDAD EN EL REINO DE LOS BILLETES
-Alberto Rodríguez Barrera- 

     En las ciencias políticas ya es una especie de ley tácita que cualquier gobierno se hunde en la ineficiencia cuando se centra en la satisfacción de electorados diferentes, cuyos valores y exigencias son distintos, ya que se pretende arropar a todos con clichés únicos. Esta presión es la que ha llevado al chavismo a reiterar su ramillete de promesas, generalmente beneficiando a un grupo a expensas de otros. Mientras tales favoritismos ilógicos suceden, no hay capacidad para la prioridad que es mantener el orden, y se genera la inseguridad monumental que hoy nos rodea, donde los ciudadanos no duermen tranquilos y andan por las calles aterrorizados, en guardia ante la desesperación de ataques desaforados.

     El chavismo no abandona o descarta sus errores, los consolida y repite, los sigue manteniendo, los incrementa, los expande, los vuelve ilimitados, botando el dinero estúpidamente. Al asumirlo todo, todo se gangrena; y sigue creyendo que todo se compra con dinero. También hemos comprendido los venezolanos que el gasto descocado del gobierno ha empeorado las cosas. Y las ha empeorado en su incapacidad para proteger a los pobres y oprimidos, que es lo más triste. Como el fanatismo hace presa de la ignorancia, el chavismo no atiende a las zonas de pobreza suministrando empleos, alcantarillados, agua potable, transporte, escuelas, para así mantener viva la esperanza de una vida decente. Lo que ahí hay en cuanto a estas materias es lo que se hizo antes, con algunos pequeños detalles nuevos que tampoco han incrementado este fin. 

     Con verborradia y slogans no se modifican las condiciones sociales de los pobres. En esto, el fracaso del chavismo ha sido uniformemente desalentador; de hecho, ha superado todos los fracasos de gobiernos anteriores. En peores condiciones ahora, lo que ya eran condiciones de existencia escasa se han transformado en habitaciones del crimen, dominadas por el miedo, vándalos, suciedad. Los pobres se han vuelto más pobres, más desaventajados para valerse por sí mismos, ya que hasta los pocos favorecidos “con carnet” y subsidios personales asumen una dependencia que los paraliza y los deja sin energías para la lucha. A pesar del chorro de dólares petroleros y la succión exacerbada por vía de los impuestos, no hay redistribución idónea del ingreso ni se fomenta la justicia y la igualdad económica. 

     El propósito original de los impuestos, que era favorecer a los pobres con los aportes de los ricos, está sirviendo en el chavismo para el traspaso de los recursos hacia nuevos ricos; es una redistribución que no está determinada por la productividad. Porque otra verdad comprobada hoy es que más productividad genera menos desigualdad. El igualitarismo del chavismo trabaja por una nomenclatura ínfima que se reserva toda clase de privilegios, dándose a sí misma el nivel de vida e ingresos de los muy ricos. De ahí la inflación que expropia a la clase media y destruye la productividad. Los impuestos que pagamos los venezolanos generan todo tipo de efectos catastróficos, sociales y económicos.

     El chavismo, en su afán de succionar ilimitadamente a los venezolanos para aumentar sus rentas, desvía el flujo de ingresos de los gastos productivos hacia el gasto público improductivo, perjudicando gravemente a la economía. El aumento de las rentas del fisco deprime y produce la llamada “estanflación”, porque el gasto público del chavismo es una amenaza, una piratería fiscalista que va abriendo las puertas para una rebelión tributaria, una provocación para que la gente no trabaje y haga trampas, en retribución a las trampas que hace el gobierno. La “economía roja” se hace una “economía gris” peor que la del capitalismo.

     La succión permanente y creciente, conjuntamente con la pésima distribución de los recursos, están minando la cohesión moral de la sociedad y produciendo un veneno político, el cinismo de la verdad única, la incitación a la dependencia absoluta del gobierno, esa “cubazuela” de la bancarrota donde los bienes de abajo sólo sirven para el lujo y los muy bien provistos privilegiados de arriba, que invierten la pirámide de la lengua para afuera, siendo tan sólo dignos del aplastamiento que los espera. 

     La amenaza de un gobierno que no admite límites en sus actividades desnaturalizadas es evidencia de su incapacidad para generar cualquier tipo de cambio social. La vorágine en los billetes es más que un síntoma, es una rapiña que justifica la incredulidad que generan sus promesas reencauchadas. Ya los “estados gastadores” son una fea verruga de inconsciencia, ya que sus presupuestos y decisiones pasan por encima de los recursos disponibles para la idoneidad social y sólo obedecen a los deseos infinitos de apropiación lujuriosa, donde la voracidad sólo alcanza para pavonearse y regodearse –sólo ellos- en la titilante alfombra roja que tampoco fue de su hechura. 

Caracas, 28/09/10





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