Descartes estaba convencido de que era absurdo que un individuo asumiera la reforma del Estado cambiando sus cimientos y trastornándolos para volverlos a levantar, y pensaba igual si se buscaba reformar el cuerpo de las ciencias o el orden de instrucción establecido en las escuelas. Descartes prefirió deshacerse de todas las opiniones que aceptaba por fe para reemplazarlas por mejores o devolverlas a su lugar anterior.
Como si frente al chavismo estuviera, Descartes no aprobaba de ninguna manera a esos “nebulosos e inquietos espíritus” que, no estando capacitados para el manejo de los asuntos públicos, “están por siempre reformando al Estado en la imaginación”.
EL CHAVISMO Y SU DISCURSO SIN METODO
-Alberto Rodríguez Barrera-
En el camino para la definición de su Método, Descartes manifestó la sinrazón de quienes derrumban las casas de un pueblo simplemente con el propósito de reconstruirlas y hacer que las calles fueran más “bonitas”. Habló de que sí se veía a muchos individuos (como en el caso del chavismo, decimos nosotros) comprometidos en la tarea de “demolición y reconstrucción”, constreñidos a veces por el peligro de las casas cayéndose y los cimientos inseguros.
Con este ejemplo en mente, Descartes estaba convencido de que era absurdo que un individuo asumiera la reforma del Estado cambiando sus cimientos y trastornándolos para volverlos a levantar, y pensaba igual si se buscaba reformar el cuerpo de las ciencias o el orden de instrucción establecido en las escuelas. Descartes prefirió deshacerse de todas las opiniones que aceptaba por fe para reemplazarlas por mejores o devolverlas a su lugar anterior.
De tal manera pensaba tener mucho más éxito ordenando su vida que simplemente construyendo sobre los viejos cimientos. Ajeno a los deseos de improvisación, Descartes adoptó y se fijó principios sin considerar si eran verdaderos; veía las dificultades de esta tensión pero no las consideraba sin remedio, ni comparables con la reforma de la menor cosa concerniente al Estado: “Estos grandes cuerpos son demasiado desproporcionados para volverlos a levantar, una vez que se han traído abajo, o hasta de sostenerlos una vez que se han sacudido, y su caída será escabrosa y pesada”.
Descartes estaba consciente de que las diversas imperfecciones del Estado se reblandecían con el uso, “estas deficiencias son casi siempre más tolerables que el cambio; es en este caso como con las viejas carreteras serpenteando a los lados de las montañas que se vuelven suaves y convenientes a través del uso constante, que es mucho mejor seguir que intentar enderezarlas escalando rocas y encaramándose sobre los precipicios”.
Como si frente al chavismo estuviera, Descartes no aprobaba de ninguna manera a esos “nebulosos e inquietos espíritus” que, no estando capacitados para el manejo de los asuntos públicos, “están por siempre reformando al Estado en la imaginación”.
Idóneamente, Descartes acentuó más la reforma de sus propios pensamientos y la reconstrucción de los cimientos que le pertenecían sólo a él. Fue el modelo que desplegó, con la humildad suficiente para afirmar que no pretendía aconsejarle a nadie seguirlo, ya que podía ser muy “audaz para muchos. La mera resolución de desechar las creencias anteriores de uno no es un ejemplo a seguir por todos”.
Para Descartes había dos tipos de mentes: aquellas que se creen “más listas de lo que son”, sin poder evitar “la precipitación de sus juicios” y carentes de paciencia “para conducir sus pensamientos con el orden debido, con el resultado de que, habiéndose tomado la libertad de dudar de los principios aceptados, y desviándose del camino común, nunca son capaces de mantenerse en el camino que lleva rectamente hacia adelante, y permanecen errantes toda sus vidas”; y luego estaban aquellas con suficiente buen sentido o modestia para saber que son “menos capaces de distinguir entre lo verdadero y lo falso” y que se conforman con “seguir las opiniones de otros en vez de buscar mejores por sí mismos”. Descartes se consideraba de estos últimos.
“Como un hombre que camina solo en la oscuridad”, Descartes decidió no hablar sin juicio sobre lo que no sabía y adquirir conocimiento. Reconoció que aunque la lógica contiene excelentes y verdaderos preceptos, éstos están confundidos entre otros tantos hasta ser “dañinos y superfluos”, tan difíciles de distinguir como sería conjurar “la estatua de Diana o Minerva de un intocado bloque de mármol”.
Descartes se propuso buscar un método que combinaría las ventajas de las disciplinas de lógica filosófica y geometría y álgebra matemáticas, sin sus defectos, porque “una multiplicidad de leyes a menudo proveen excusas para el vicio” y un Estado es “mucho mejor gobernado cuando sus pocas leyes son estrictamente observadas. De tal manera, en lugar de los muchos preceptos que componen a la lógica, pensé que yo debería tener suficiente con las cuatro reglas siguientes, siempre que tomara una firme y constante resolución de no dejar de observarlas ni una vez”.
He aquí las cuatro reglas –muy útiles igualmente para las líneas políticas- sobre las cuales Descartes fundamentó toda su filosofía:
“La primera regla es no aceptar como verdad nada que yo no conozca como evidentemente así: eso es, evitar cuidadosamente la precipitación y el prejuicio, y aplicar mis juicios a nada sino a aquello que se mostró a sí mismo tan claramente y precisamente a mi mente que nunca debería tener ocasión de dudarlo.
La segunda era dirigir a cada dificultad que debía examinar en tantas partes como fuera posible, y como se requiriera para mejor resolverla.
La tercera era conducir mis pensamientos de manera ordenada, comenzando con lo que era más simple y más fácil de saber, y subiendo poco a poco al conocimiento de lo más complejo, hasta suponiendo un orden donde no hay precedencia natural entre los objetos de conocimiento.
La última regla era hacer una enumeración tan completa de los nexos en un argumento, y pasar todos tan completamente bajo revisión, que yo pudiera estar seguro de no haber errado en nada.”
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