DISIPANDO LAS DIFICULTADES
-Alberto Rodríguez Barrera-
“No es suficiente, antes de comenzar a reconstruir la casa en que uno vive, simplemente derrumbarla, proveer materiales de construcción y arquitectos, o convertirse uno mismo en el propio arquitecto, y, además de todo esto, tener un cuidadoso plan previsto para la nueva construcción, sino que uno debe tener algún otro lugar conveniente en el cual residir mientras el trabajo de construir se adelanta; y, de la misma manera, para poder permanecer irresoluto en mis acciones mientras la razón me obligaba a suspender mi juicio, para continuar viviendo tan feliz como pudiera, yo tracé una moralidad provisional para mi mismo, compuesta de sólo tres o cuatro máximas...” Descartes estaba contento con su método, ya que sus cuatro reglas le aseguraban el uso de su razón, si no perfectamente al menos en lo que tenía al alcance de su poder. No era el atropello y la improvisación con que proceden ciertos gobernantes, obviamente, ya que Descartes tenía la honradez de reconocer su ignorancia y de prepararse para obtener mejor conocimiento.
Figuraba primero entre sus máximas la obediencia “a las leyes y costumbres” de su país y –pese a que llegaría a ser el “gran innovador”- quería gobernarse a si mismo “en todo de acuerdo a las opiniones más moderadas”, aquellas menos dadas al exceso y comúnmente aceptadas en la práctica “por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir”, seguro de que no había nada mejor que eso. Por ello es que para conocer sus sentimientos reales observó “sus acciones en vez de sus palabras”, no sólo por la corrupción de maneras y costumbres, también porque la gente no declaraba aquello en que creían y “porque muchos no lo saben ellos mismos”.
Creyendo en las opiniones más moderadas, Descartes veía que era más fácil ponerlas en práctica y que tenían así más posibilidades de ser mejores, “ya que todo exceso es generalmente malo”, y se extraviaría menos del “camino correcto”. Descartes incluía entre las formas del exceso “todas aquellas promesas mediante las cuales nos privamos de algo de libertad”. No veía en el mundo nada que permaneciera igual, y se esmeraba constantemente en incrementar sus poderes de juicio, no empeorarlos.
Así, su segunda máxima era ser firme y resoluto en sus acciones, “imitando a los viajeros perdidos en el bosque” que no deberían deambular de uno a otro lado ni quedarse estancados en un solo lugar, sino ir derecho hacia adelante en la misma dirección, ya que de otra manera, aún cuando no llegara a su destino, llegaría a algún lado mejor que el medio del bosque.
Cuando no se está en capacidad de distinguir las más ciertas opiniones, debemos elegir las más probables, y si no hay posibilidades entre ellas, debemos elegir las que sean más verdaderas, las más ciertas, y de tal manera evitamos los ataques de arrepentimiento y remordimiento que comúnmente agitan a los espíritus débiles mal balanceados, que practican inconsecuentemente como bueno lo que después juzgan como malo. (Constituye esto último una de las características del chavismo en su proceder absolutista e improvisador, incapaz del proceder coherente.)
La tercera máxima cartesiana era intentar siempre el dominio sobre si mismo en vez de depender de la fortuna, intentar alterar los deseos en vez del curso del mundo, acostumbrarse a la creencia de que no hay nada que esté totalmente bajo nuestro poder excepto nuestros pensamientos, para que –habiendo hecho el mejor esfuerzo con lo que nos es externo- consideremos lo que fallamos en lograr como absolutamente imposible. La idea aquí era que si vemos los bienes externos fuera de nuestro poder, no lamentaríamos pérdidas como “estar en posesión de los reinos de China y México”; haciendo una virtud de la necesidad, no desearíamos estar bien cuando enfermos ni libres cuando en prisión, ni desear “cuerpos tan incorruptibles como diamantes, o anhelar alas para volar como un pájaro”.
Para ello se requiere de una constante meditación, la capacidad de los filósofos de la antigüedad para sustraerse del imperio del “chance”, tristeza y pobreza, para reclamar la felicidad de los dioses, con pensamientos que los hacían más ricos, más poderosos, más libres y felices. Perseverar en la razón y el conocimiento de la verdad requiere de un método con las tres máximas que para Descartes eran “toda la riqueza que por siempre estarían a mi alcance”; porque la voluntad siempre busca (o evita) lo que el entendimiento califica como bueno o malo, y “es suficiente juzgar bien para hacer el bien, y juzgar tan bien como uno pueda para hacer lo mejor que uno pueda, para adquirir... todas las virtudes junto con todos los demás bienes que seamos capaces de adquirir. Y cuando uno tenga la certeza de que todo esto es verdad, uno no puede fallar en ser feliz”.
“Pero todo este entendimiento es arduo, y una cierta indolencia me lleva imperceptiblemente de vuelta a mi ordinario estilo de vida. Al igual que un esclavo, felizmente soñando que es libre, teme ser despertado en cuanto sospeche que su libertad no es más que sueño, y conspira con su deliciosa ilusión para prolongar el engaño, y así me recuesto sin saber de mis viejas opiniones, y temo ser despertado de mi sopor a no ser que las laboriosas vigilias que deben seguir a este tranquilo descanso, tan lejos de traer luz a mi mente en su búsqueda de la verdad, probaran ser inadecuadas para disipar toda la oscuridad causada por las dificultades que acaban de ser planteadas”.
A veces nos sentimos como en las luchas interiores de Descartes, pero a la vez conscientes de que sin pensar y dilucidar los dilemas no podríamos salir adelante...
Buenooooooo Alberto. Mil gracias...Ojala TODO el mundo tuviese la curiosa necesiDad de leer....!
ResponderEliminarGracias a ti Marisabel por comentar y leerme. Hay que difundir, ayudar y buscar las maneras de que eso ocurra. Saludos
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